Sin ánimo de ofender, los burros han estado siempre muy unidos a Granada; los usaron los moriscos, los tertulianos de La Cuerda, el Padre Manjón, los arrieros y 'aguaores' y hasta una burra entró en la Universidad. Incluso existía en Plaza Nueva una parada de ... burro-taxi, allá por el año 1900, según José Luis Delgado. Hoy, irreverente, hace su aparición Magneta, nuestra burra familiar de mi tierna infancia en Güevéjar, que por mi osadía sin límete y por el ardiente deseo de recordar entrañablemente a mi padre que la compró y que nunca existió para otros quehaceres sino para el de amar apasionadamente sin esperar ni creer merecer nunca nada. Para mi familia, salvadas las distancias, de humilde condición y sin precisarla para ninguna de las tareas propias de los asnos, sí formó la burra parte importante del entorno afectivo en nuestro pueblo.
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La procesión de este año de la Virgen de las Angustias, nuestra Patrona, a la que siempre asisto con la mayor delectación, me ha sorprendido aún más por su creciente fervor general y el boato y esplendor progresivos. Cabe resaltar la selecta intervención de la Banda Municipal de Música de Güevéjar que inunda de armoniosos sones la atmósfera devota de mi pueblo, así como la presencia de un numeroso grupo de miembros de la Guardia Civil, a la que tanto afecto dispensa nuestra villa. La Salida y Regreso de la Virgen ha revestido especial emoción. Una espina rompe siempre la fiesta, la humillación de seguir presenciando, al subir y bajar de mi pueblo, las señales de tráfico eternas del cruce de la Autovía del 92 con su nombre mancillado sin la dichosa tilde.
El burro, me cuesta seguir, ha estado siempre muy unido a Granada. La especial orografía de la ciudad lo hacía imprescindible sobre todo en el Albaicín y el Sacromonte; era el animal típico de los habitantes de las cuevas gitanas y muy especialmente entre los areneros del Genil y aguadores del Avellano. Ya en la Granada morisca del siglo XVI eran los arrieros los que pasaban mercancías y servicios secretos para defenderse de los cristianos. Dicen que los componentes de la tertulia 'La Cuerda Granadina' subían a la Alhambra como en procesión a lomos de burros.
Sabemos que Don Andrés Manjón conservaba en las caballerizas del Ave María, residente en la Abadía del Sacromonte, por lo menos cuatro jumentos: Purchila, Paloma, Longaniza y Morena, que es en la que bajaba a Granada. Cuenta él mismo que fue una de estas burras la primera en entrar en la Universidad como catedrático de Derecho. Dicho así, daría la impresión de que el obediente animal no sería tan burro o de que para entrar en tan prestigiosa institución no hay que ser muy listo. Y es que resulta que, en un muy lluvioso día del mes de abril de 1900, era tal la cantidad de agua que caía que el Padre Manjón no quiso dejar su burra en la calle; optó por meterla en el recinto universitario y buscarle mejor cobijo. Es la primera noticia que se conoce de que la Universidad haya servido de protección a un burro. La primera, no la última. Aunque cuando murió la burra Morena por poco le levantan un monumento. En todo fue el primero esta egregia figura del fundador de las Escuelas del Ave María, burgalés de nacimiento (Sargentes de la Lora, 1846-Abadía del Sacromonte, 1923) y granadino por excelencia.
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¿Para qué quería mi familia una burra? La posesión de una sola haza de secano para cereales en el Bujeo, no lo justificaba; para transporte de mercancías de una 'tienda' que mi tía Antonia administraba, tampoco porque generalmente iba andando a Granada con dos bolsones a no ser que la recogiera el bondadoso conductor del primer camioncillo Ford que hubo en mi pueblo o que, raramente, lo hiciera en el 'cohe viajeros', que lo del autobús, vino después.
La composición del grupo familiar que vivíamos en la misma casa estaba formado por dos hermanos casados con dos hermanas y dos hijos de cada matrimonio. De las madres, la mía murió después que mi tía Antonia y la vida de mi padre acabó con cuarenta y cuatro años el día de la Inmaculada del 1960. Una foto, quizá el único testimonio gráfico de mi infancia junto a la de la primera comunión, a los siete años, en la puerta de la iglesia, las dos de Paredes porque, omnipresente, subía con su bicicleta, siempre testigo de los grandes acontecimientos.
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Quizá solo conservo una foto de mi burra del omnipresente Paredes, que subía a mi pueblo en bicicleta, junto a otra, de la de la primera comunión a los siete años realizada en la puerta de Pepe el de las maestras. Por eso estoy siempre copiándo y enmarcando la primera; así cuando pregunto a algún miembro de mi clan de cualquier edad si tienen la foto de la burra, me responden siempre sí o un par de ellas. Sobre la Magneta, mi prima Mari y yo, ronzal en mano; de pie, mi hermano Pepe y el primo Fernando con su bici. Mi padre, majestuoso. Las madres están próximas con los cestos de la comida porque no solían posar y llevamos la ropilla de los domingos porque íbamos de fiesta. La burra, siempre serena, estaba trabajando porque su tarea consistía en llevarnos de excursión, en este caso al nacimiento de Nívar como en otros de paseo a Las Viñas a visitar a mi abuelo, de las que era guarda por nombramiento propio.
A mi padre no le cabía ya más felicidad.
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