El Hospital de la Tiña
«Se levantó sobre el palacio nazarí en el que Boabdil fue reconocido, por segunda vez, como rey de Granada en 1485»
Antonio Ubago
Sábado, 16 de marzo 2024, 21:40
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Antonio Ubago
Sábado, 16 de marzo 2024, 21:40
A Miguel, el técnico eficiente que encontró este desaparecido hospital.
Rafael Villanueva Camacho ha mostrado, en ocasiones, con su pericia experimentada en guiar tesoros monumentales, el de este Antiguo Hospital de la Tiña (el Colegio del Pilar) en este caso, y ahora con la exposición ... de otro lenguaje, el expresivo recurso literario, la publicación 'El Hospital de la Tiña: de Palacio Musulmán a Hogares Virgen del Pilar', que confiamos colmará las complacencias de tantos por los deseos de tan sabrosa historia granadina que, de inmediato, deseamos conocer.
El hospital para tiñosos, Nuestra Señora del Pilar, conocido popularmente como 'Hospital de la Tiña', promovido por don José de la Calle, Caballero Veinticuatro, quien, en 1662, lo fundó en agradecimiento por la cura de la enfermedad que padeció. El hospital se levantó sobre el palacio nazarí en el que Boabdil fue reconocido, por segunda vez, como rey de Granada en 1485. Tras la conquista de la ciudad, el palacio fue cedido al Marqués del Cenete, cuyo linaje mantuvo la propiedad hasta su venta a Pedro de la Calle.
La enfermedad desaparece en los años veinte del siglo pasado, pero la caridad sigue presente entre sus muros, pasando a ser Asilo de Niñas pobres Nuestra Señora del Pilar por disposición de la Santa Sede; con posterioridad se le denomina orfelinato, asilo de niñas, casa de primera acogida y, más recientemente, hogares en relación con la forma de vida de las niñas en casa individuales y no en grandes salas comunes como ocurría con anterioridad. Estas seis entrañables y bien situadas viviendas reciben entre sus auxilios educativos, uno especial, terapéutico en extremo a través de sus terrazas por ofrecer tanta belleza con la de la Sierra, el Albaicín y Granada.
Debemos destacar la labor encomiable de estas benditas Hermanas Mercedarias, auténticas madres para estas niñas (y para otros niños, que ahora digo) que por citar solo una entre tantas, y no hacer la lista larga, lo hacemos con la ejemplar y encomiable madre Fermina Puertas, a la que seguimos apreciando como modelo ejemplar de tantas bondades y a la que tuvimos la dicha de saludar en visita ocasional el otro día.
La muerte inesperada de mi padre el día de la Inmaculada de 1960 provocó una reorganización fulminante de nuestros destinos familiares. En solo unos días nos encontrábamos mi madre y yo en Granada; ella en el orfanato del Pilar de la calle de la Tiña, en el colegio del Pilar después, y yo en el Seminario Menor de la Placeta de Gracia. Mi hermano estudiaba primero de Filosofía en el Seminario Mayor y cambió en él el ritmo acelerado de su madurez al asumir también, de la noche a la mañana, la responsabilidad que se impuso de cabeza de familia al pasar de jovial estudiante a responsable adulto.
El Pilar no tuvo para nosotros otras connotaciones que las de un nuevo hogar que nos acogió amorosamente. No relacionan mis recuerdos la orfandad, ni real ni social, de las niñas que allí residían con las situaciones de riesgo o de dificultad social en las que debían encontrarse sino que mis percepciones asocian más a internado, a residencia la forma de vivir de aquellas chicas que veía entrar y salir como de un centro similar al que yo me encontraba.
El Pilar se convirtió para los tres miembros de mi familia en una nueva residencia por el cariño con el que mi madre fue acogida; ella se desenvolvía en el colegio con soltura, desparpajo y familiaridad, haciendo cosas útiles que las monjas valoraban sobremanera. Mi madre alternaba los oficios de costurera y cocinera, cuando era necesario, con similares destrezas.
Nuestra modesta casita de Güevéjar, a la que acudíamos en vacaciones porque la superiora del convento, que también así era llamado el Pilar, hacía que coincidiera sus vacaciones con las nuestras, se convirtió para ella, y en gran medida también para nosotros, en un Palacio del XVII en el recinto zirí de la Alcazaba Qadima; nazarí después, con huerta antigua que se conserva que rodeó este palacio en época musulmana y, remodelado tras las conquista cristiana con patio central y columnas con elementos reutilizados de las anteriores culturas, se le incorpora capilla de artístico retablo y talla de la advocación de la institución.
Yo abandoné el Seminario en junio al terminar sexto de bachillerato; los estudios eclesiásticos eran convalidados restando un curso por lo que en ese septiembre me examiné de sexto y de la reválida en el instituto Padre Suárez y sobre la marcha, con solo cruzar la Gran Vía, me matriculé en Magisterio. Vivía otra vez en mi pueblo con mi tía Antonia, mi otra madre.
Las monjas le dijeron a mi madre que podía ir a almorzar todos los días al Pilar y así lo hacía; me llevaban la comida a su habitación porque en este convento e internado de niñas no entraban más hombres que el capellán y jardinero José. A mí me distinguieron también con este privilegio. Fue don Mariano Granados, el capellán y profesor de Filosofía del Seminario Mayor de mi hermano, el artífice de este nuevo mundo que para nosotros supuso no solo atender nuestras precarias necesidades tan a medida sino adentrarnos en ambiente tan rico y estimulante para nuestros deseos e intereses. Se veía también por el Pilar, mi profesor de griego, que era capellán del vecino monasterio de Santa Isabel la Real, donde también residía, quien también nos dispensaba toda suerte de atenciones.
La visita casual que giré el otro día al Hospital de la Tiña no pudo llenarme de más satisfacciones por encontrarse a rebosar este palacio de siempre de las mayores excelencias que continuadamente lo ocupan.
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