He pensado si procedería hoy este título espontáneo adecuado a este texto o más bien correspondería a una exageración semántica plenamente afectiva. Pero sin más dudas ni preámbulos, aquí lo he dejado.
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Mis circunstancias personales y laborales creo que han sido benignas y generosas en ... extremo, al punto de que en lo que toca a este capítulo de libros y lecturas del que quiero hablar hoy, no han podido mostrarse más pródigas conmigo tanto en lo que atañe a los educadores que siempre me rodearon con sus enseñanzas como por haber sido la materia y el oficio fundamental de mis dedicaciones laborales, la enseñanza primaria y secundaria, que, por añadidura, me han dispuesto siempre el marco incomparable que me facilitó antes y con mayor eficacia el disfrute personal del mundo de los libros que siempre me han rodeado.
Y encontrándome en ese momento crítico de tener que elegir de qué libro echaba mano para seguir la cadena habitual de lectura de mi bien proveída biblioteca –cuya futura transmisión hereditaria, que esa es otra, es causa frecuente de tantas dudas para mí como entre mis coetáneos–, me detuve un instante para valorar la opción que inevitablemente me asaltó: volver a leer el Quijote que de tantos modos e intensidades ha sido preciadísimo referente, siempre gozoso, de mis múltiples circunstancias, sin tener que hacer, prácticamente, así lo recuerdo, obligado esfuerzo de elección, sino ofrecérseme, como en varias ocasiones, la opción más conveniente y obligada a la que, de nuevo, quería optar.
Dicho y hecho. El reencuentro, una vez más, con, según tanto se dice, el libro cumbre de la literatura universal, cénit de la esencia de la lectura en sumo grado, siempre me ha compensado plenamente con la garantía plena de haber llegado en todo momento a este estado placentero sean cuales hayan sido las cábalas y conjeturas que a este punto me hayan conducido. Y de nuevo he echado mano de mi libro fundamental para centrarme con eficacia en la atmósfera de Alonso Quijano: 'Aproximación al Quijote' de Martín de Riquer, Biblioteca Básica Salvat, 1970 con prólogo de Dámaso Alonso.
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Puede resultar pedante afirmar que cada vez que se lee el Quijote da la sensación de que se trata de una obra diferente pero algo así me debe ocurrir cuando lo vengo realizando y se oye decir que la situación se suele repetir con frecuencia con renovado placer. Y aquí parece que empiezan a confundirse las razones personales con las de la dedicación profesional a la animación de la lectura, que, en definitiva, han ocupado mis quehaceres laborales.
Pero, ¿qué hace que esta novela que trata de un loco andariego sea la obra fundamental de la literatura occidental? ¿Qué razones nos permiten señalarla como la mejor obra entre todas las demás? En primer lugar debe ser esencial que esté escrita por un autor cuya vida es en sí misma una novela, al igual que por el hecho que se constata de la existencia de haber tantos Quijotes como lectores y de que cada nueva lectura sea una recreación, en sí misma, compleja de ser resumida, adaptada, manipulada o sometida a nuestros intereses; es pura en su magnífica simplicidad, no acepta otro tratamiento que el de su lectura y es de aceptación general que, a cambio, se nos ofrece como la mejor novela que podamos leer, vivir, descubrir y repetir.
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Es sencillo adherirse, también, a la creencia que considera a Don Quijote como uno de los libros de todos los tiempos que más huella marca. El personaje de Quijote se convierte en un arquetipo y el término quijotesco, utilizado para significar la búsqueda impráctica de objetivos idealistas, entra en el uso común de nuestra lengua.
Hay tantos Quijotes como lectores y cada lectura nueva es una recreación de sí misma que nos atrapa porque en el fondo los monólogos/diálogos de caballero y escudero son los mismos que nos acompañan a todos los seres humanos a lo largo de la vida en que los sentimientos de amor, odio, venganza, alegría, fracaso, triunfo… están en las aventuras y reflexiones de amo y criado; por eso han querido apropiarse de su figura desde todas las filosofías, corrientes políticas e ideologías, sin que ninguna pudiera lograrlo.
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De añadidura, en el capítulo LXXII, Granada aparece radiante: «… por el cual se paseaba don Quijote, le pregunto: –¿Adónde bueno camina vuestra merced, señor gentilhombre? Y don Quijote respondió: –A una aldea que está aquí cerca, de donde soy natural. Y vuestra merced ¿dónde camina? –Yo, señor –respondió el caballero–, voy a Granada, que es mi patria. –¡Y buena patria! –replicó don Quijote–».
En el otoño de 1594, Miguel de Cervantes llegó a nuestra ciudad como comisionado para recaudar impuestos y alcabalas en el Reino de Granada. Durante su estancia, que se extendió varios meses, el célebre escritor se adentró en la vida de la ciudad y sus alrededores, impregnándose de los espacios, los acontecimientos históricos y religiosos, y los personajes que tanto admiraba. Esta experiencia dejó su huella en la obra más universal de la literatura española.
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Granada, con su riqueza histórica y cultural, aparece reflejada en varios pasajes del Quijote que capturan el espíritu de una ciudad vibrante y compleja.
En su ruta guiada de 'GranadaSingular', única en la ciudad, que dirige y realiza María T. Hontoria, se ofrece homenaje a Cervantes recorriendo los lugares que marcaron su estancia en Granada, desde las calles del centro histórico hasta los rincones que pudo habitar y que quedaron grabados en su imaginación. Con el libro en mano, se recuerdan los textos que reflejan estos acontecimientos y personajes, conectando la obra cervantina con el alma de nuestra ciudad.
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