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Cuando el Islam arrasó España, incluyendo Navarra y Oviedo, en todas las misas que se celebraban en las montañas, en Picos de Europa o en Peña Amaya, se leía diariamente el Apocalipsis de San Juan. Una clara señal de que astures y cántabros esperaban el ... fin del mundo. Ese temor se conservó hasta pasado el primer milenio y ya empezó a pensarse de que debían los cristianos ponerse a trabajar.
La cornisa cantábrica no es el mundo global en donde si estornuda un ciudadano chino, la plaga invade globalmente el mundo mundial. Igual ocurre con el trigo, el maíz, el petróleo y el gas.
Los ilustrados no previeron que el progreso creciente e indefinido tuviera los pies de barro y menos de aluminio y níquel, cuya carencia, echa abajo la estatua del gran Baltasar.
¿Qué ley científica determinó que la historia cabalgaría en progreso y bienestar sin límites? El mundo culto lo asumió con toda ingenuidad sin percatarse que el progreso y la superación de la humanidad por la ciberinteligencia, es una ilusión, un espejismo que puede funcionar a corto plazo pero que lleva en fórmula magistral, el agujero de la finitud. Nos hemos creído dioses que podíamos disponer de la vida y la muerte de nuestros semejantes, que la moral era una moralina de 'chupa-chups', elaborada maliciosamente para amargar la vida a niños y adultos.
Hemos vivido cincuenta años de aparente paz y bienestar en donde los deseos de cualquiera, se elevaban a la categoría de Derechos Humanos. Si tengo el derecho de hacer con mi cuerpo lo que quiera, no hay razón para que no pueda hacer lo mismo con el del vecino o el de la vecina.
Si, tras el fin de semana aparece un embrión hecho y derecho, no hay que espantarse pues los embriones son simples tumores que se extirpan con suma facilidad.
Un tumor así fue Fleming o Shakespeare. Solo que se le dejó crecer y llegó al ápice del talento científico o artístico. Esos tumores como llaman a los embriones, si los dejas crecer y ven la luz, se matriculan en los colegios y en las universidades, lo que no ocurre con los tumores de verdad.
Estamos haciendo muchas cosas mal, empezando por mentir a mayor velocidad de lo que el lenguaje permite y estamos cargados de ojivas nucleares no por mala intención sino 'por si acaso'.
Nuestros medios de comunicación y de entretenimiento nos mantienen despiertos para todo aquello que tiene que ver con el capricho, la diversión, sin ningún interés en hacer de los hombres mejores y en consecuencia, felices.
El sentido de este apocalipsis moral es que desde hace unos tres siglos la libertad de conciencia fue sustituida por la ética sin conciencia moral, como expresan las máximas del laicismo.
Se puede ser muy sinvergüenza, pero a la vez, ser un ciudadano legal y ético. Ese error antropológico que impregna el laicismo es lo que genera una atrofia de la responsabilidad personal en favor de la corrección política. En realidad, como propio de su origen puritano, el cumplimiento de las leyes sustituye a la conciencia personal, la única que discierne el bien del mal.
En realidad, todo se condensa en la máxima de la truhanería «haz lo quieras mientras nadie lo sepa» y a partir de aquí niega en absoluto tus maldades, porque la mentira repetida mil veces se convierte en verdad de alto nivel.
Se ha creído inocentemente que borrando la imagen del ojo de Dios, se ciega a Dios mismo.
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