Apocrifismo en el Quijote
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La caverna prodigiosa y el corcel de maderaSábado, 14 de marzo 2020, 03:02
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La caverna prodigiosa y el corcel de maderaSábado, 14 de marzo 2020, 03:02
En capítulo de postrimerías, mismamente como si a Hidalgo y Escudero le restaran ya escasas aventuras, acaso no quiso mencionar Cide Hamete Benengeli, el que puso en escrito tan singular historia, que la famosa pareja andaba ya un sí es no es mohína en sus ... asiduos tratamientos. Todo porque don Quijote ya columbra en Sancho más acentuados tintes de socarrón, aún más en el escape de los consabidos azotes para librar a Dulcinea, y en la incredulidad mal disimulada que desde sus adentros mostraba el mismo acerca de las maravillas sin número, vistas y no vistas por don Quijote en la cueva de Montesinos.
No había rematado Sancho su narración de todas las raras visiones que, por su parte, se procuró por la cabalgada en Clavileño, con las 'cabrillas' y el grano de mostaza que era el ser de toda la Tierra, y la color mesma de las cabras que le fueron de asueto, señal de que decía verdad, las dos verdes, las dos encarnadas, las dos azules, y la una de mezcla…, cuando llegándose don Quijote a él, le dijo,
-Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habéis visto en el cielo cabalgando conmigo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.
Con lo que, cierta especie de pugna oculta se da entre la creencia o credulidad del uno y del otro. Ardua y alta imaginación fuera menester para ver todos los círculos celestes, la región del fuego…, y Sancho Panza jugando con las cabras de la constelación de las Pléyades. Y aún más para don Quijote, conjurando otrora, en un rato de sueño, a tanto personaje fantástico, en lugares colmados de prodigio como contempló en la cueva.
Sancho Panza recalcitraba apostando que el prodigio de Clavileño, de clavija y leño, ya se consumara con un carro que también había visto, que le llamaban con vocablo indígena 'ford', también con una manivela por delante, que, al girarla muy veloz, daba un ruido de espanto, y sentado en él, se echaban a rodar las ruedas sin tiro de caballería alguna.
-¡Tente ya , Sancho! –le increpó don Quijote– ¿No ves, mente captus, que ésos son inventos de siglos venideros? Y lo que dices no sufre parangón con lo que también vi en la cueva, y os celaba para otrora más adelante. En el palacio que llaman de la Moncloa…
-¡Por la beldad de Dulcinea, por la santísima Trinidad de Gaeta, que no me lo miente! –le interrumpió Sancho–. Pues ¿no ve el purgatorio de los días de la trena cuando desde ese palacio fuimos a rejas?
-Sancho, lo que te desvelo ahora es que en la cueva vi cómo en ese palacio, por lo regular cada día venusino (quiero decirte, viernes), se reúnen unos caballeros y damas que son cual ministradores del reino, y a lo que voy es que ellos y otros personajes de símil rango, van a un sitio y otro en sillones, dentro de un pájaro a través del aire que llaman avión oficial que nada tiene que ver con ese flaco Clavileño donde, ni asientos de acomodo había, ni alguna doncella que te escanciara los bebedizos.
-Mas atienda vuesa merced: de mucha más manera venidera es su pájaro tartana que mi coche auto.
-Mira, Sancho, todo ocurre por fuerza de encantamiento que lo mismo nos lleva a inteligir cosas fuera del tiempo, que a intuir maravillas.
-Y dígame, en toda esa grey de caballeros encumbrados, ¿no habría alguna oveja negra?
-Bien sabes, mi sapiente escudero, el refrán: en todas partes cuecen habas. Mas me malicio que lo que pretendes es no darme fe, poniendo en juicio la hidalguía de hombres que vi tan encumbrados, aunque ya quisieran ser del rango tuyo para gobernar una ínsula. Y otrosí, ¿te pregunto yo, tal como el duque, si entre tan pulcras y pintadas cabras que viste, ¿no habría ningún cabrón?
-Señor, vuesa merced me excuse de sotilezas de sexo caprino que no alcanzo, y averígüese la ocultación faldesca de doña Trifaldi en la mesma corte duquesina. Y cómo con tres faldas puestas, puede haber lugar el cantar manchego, «Arribaa, abajoo, que a mi novia le he visto el refajoo; abajoo, arribaa, que a mi novia le he visto la ligaa».
De manera y modo, que, según mis entendederas, concurso triple del viento sería menester para la visión de interior venturosa, en doña Trifaldi.
Tal así, o de semejante traza eran los coloquios de amo y escudero, éste puestas sus miras en la gobernanza prometida de la ínsula Barataria. Y Cide Hamete no entendió de provecho para lectores dar más comento a ese mohíno o tenso aire entre ellos.
Pues juzgaba que todo se remataba en los humanos por suerte parecida, si sufren hondo ver y pensar de cueva, o encantamiento e intuición gozan de cielo.
Y don Quijote todavía tenía el pensamiento en nuevas aventuras; seguir y culminar en Barcelona evitando Zaragoza.
Tal vez atardeciendo en Calatayud, la del bello nocturno, precisamente, de Luna. Érase ya que nuestros héroes, por caminos de Castilla hasta los de Aragón cabalgaban.
Algún jilguerillo les cantara, el romero seco y fuerte perfumaba, los campos bien eran de pan llevar, las noches rasas de estrellas colgadas…, y las gentes, de saludar sin excepción al ver pasar el estrafalario par de cabalgaduras.
«Vayan todos ustedes con Dios».
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