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Ignoro cómo andamos de libertad de expresión en mi instituto. El otro día un alumno, después de interrumpir la clase repetidas veces con cualquier pretexto, ... dijo «o salgo ahora mismo al servicio o me meo en el sombrero del director». Dado que acumulaba más acciones punibles, se le ha impuesto una sanción. Tengo dudas de si la falta de discrepancias entre los miembros del equipo directivo al respecto implica carencia de calidad democrática. No alcanzo, sin embargo, a imaginarme a Blanca, la jefe de estudios, alentando a los alumnos para que protesten por los pasillos o se rebelen ante la decisión. Durábamos abiertos menos de un recreo.
Aunque mi instituto es ejemplar en cuestiones de comportamiento, de cuando en vez se producen incidentes que han de subsanarse con urgencia. Poco ha un alumno conflictivo, con algunas expulsiones en su expediente, agredió a un compañero. El peso de la ley cayó inmediato e inmisericorde sobre el susodicho. El resto de sus compañeros no quemó pupitres en los pasillos o asaltó el aula de informática para protestar por los hechos. En ambos casos los procedimientos de control en una organización social como es un instituto habían funcionado. Reinaba la normalidad.
Tras el palizón de dos policías nacionales fuera de servicio a un ciudadano linarense, el juez determinó el ingreso en prisión de los responsables. Según muchos juristas, una decisión desproporcionada y que no se ajusta a derecho pues no hay proporcionalidad entre la prisión preventiva y las posibles penas que puedan caerles por el delito o falta –que lo aclaren los penalistas– cometido. Sin embargo, Linares ardió una noche. Se han querido entender o justificar las protestas por el abatimiento de una sociedad maltratada socioeconómicamente y por el hartazgo ante la supuesta impunidad de los dos policías que –dicen otros testimonios– acumulan más incidentes.
Arde también Barcelona. Protestan por el encarcelamiento del rapero Hasel. Bajo la discutible premisa de que defienden la libertad de expresión han sido saqueadas diversas tiendas en el centro de la ciudad y destrozadas vidrieras del Palau de la Música. Curiosamente un partido en el Gobierno de Madrid respalda las protestas y otro que gobierna y pretende seguir haciéndolo en la Generalitat se desentiende de la policía autonómica, los Mossos D'Esquadra. Me asombra, por otra parte, que la violencia se vierta contra otros conciudadanos. ¿No se les ha ocurrido a los manifestantes que las pedradas tienen que apuntar a cabezas más altas?
Intuyo que en el fondo hay varias razones que explican este desafuero: la incapacidad de ejercer la autoridad democrática por los poderes públicos; el aprovechamiento que delincuentes hacen de problemas políticos; la necesidad de cierta juventud de poder contar que ellos también quemaron un contenedor de basuras; la incompetencia criminal de muchos políticos que consideran que la ideología y sus ambiciones personales están por encima de la libertad y la convivencia.
Si algún día arde mi instituto, Blanca dejará voluntariamente e ipso facto el cargo. Y yo con ella. Por la sencilla razón de que no hemos sabido ejercer nuestra responsabilidad.
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