La arquitectura silenciosa

Sobre la restauración en Granada ·

Granada es una ciudad en la que se debe integrar la nueva arquitectura en las estructuras urbanas heredadas. Y se hace indispensable, hoy en día, abordar el estudio metodológico de esta inserción

Jaime Vergara Muñoz

Martes, 3 de agosto 2021, 23:39

En Granada se restaura y, por lo general, se hace bien. La restauración es una arquitectura silenciosa, por eso pasa desapercibida. El gran enemigo del silencio no es el sonido, es el ruido.

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La estridencia se produce con la obra nueva que no es respetuosa ... con el patrimonio. Pero, cuando se hace bien, la arquitectura contemporánea introduce esa sonoridad armónica en una ciudad que encierra siempre una gran diversidad de tonos. Son trabajos en los que se incluye el canto de lo correcto; el himno de lo preciso y la cantinela de lo atrevido. Pero siempre afinados por las notas de la experiencia; por el ritmo del talento y por el tono del oficio como arquitecto.

Si el silencio es oro, Granada es una ciudad afortunada. Cuenta con una Escuela de Arquitectura; un Grado en Conservación y Restauración de Bienes Culturales; una Facultad de Historia del Arte; una Escuela de Estudios Árabes y grandes profesionales de esta arquitectura silenciosa como es la restauración. Y como de costumbre, quienes saben pensar y saben crear no dejan de trabajar en la ciudad. Así vemos que se hacen trabajos de restauración en San Juan de Dios; en la Alhambra; en la Catedral; en numerosas casas del barrio del Albaicín y en caseríos de la Vega.

Pero las únicas formas válidas para que una arquitectura sea silenciosa es que haya sido libremente elegida. Las obras impuestas por un plazo que expira; por ajustes presupuestarios; para aplicar una normativa rígida; o, para mostrar un buen ejercicio político, puede convertirse en una torpeza arquitectónica o incluso una forma de tortura para la ciudad.

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Considero bueno escribir y hablar sobre los trabajos de restauración que se realizan en la ciudad. Son pocos los que se conocen para todos los que se llevan a cabo. Los arquitectos nos hemos acostumbrado a restaurar de manera discreta y silenciosa, en una ciudad, en la que el ajetreo de la vida política hace que se confundan, según Machado, «las voces de los ecos».

Nuestro ámbito profesional siempre ha sido de dominio público, y hay escarmiento. Son escenarios de una guerra de palabras en la que todos quieren intervenir, casi siempre para decir lo que ya han dicho varias veces. Para no aportar nada sustancioso, incluso con el pretendido gesto de que se tiene la solución definitiva. Pero quienes hablan demasiado en cualquier ocasión no suelen ser personas de confianza. O hablan en demostración de su vanidad o intentan vendernos algo. Estos críticos con los trabajos de restauración, de los otros, no se comprometen con la realidad. Se desconectan de ella reemplazando el patrimonio y sus dificultades por su propia actitud frente a la conservación. No se interesan por los datos precisos, por las diferentes soluciones que se plantean, ni tampoco por las posibles perspectivas divergentes. La tendencia de esos críticos con la arquitectura del silencio es hacer ruido y hablar de sí mismos, que es un área en la que no necesitan realizar una investigación previa porque ya son muy expertos.

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La restauración no es un decir, es un escuchar. Un paradójico silencio que habla de la ciudad a través de sus obras, el estudio, la reflexión y el tiempo. Es importante dar visibilidad a esos trabajos de recuperación del patrimonio, grandes o pequeños. Porque es mucho lo que expresan, insinúan y encierran.

En la restauración no se puede ser ni excesivamente teórico, ni alocadamente práctico. Como siempre, en el término medio está la virtud. Cuando se facilitan los trabajos de restauración, se proporcionan grandes ventajas a la ciudad y la población lo agradece. El patrimonio arquitectónico tiene un valor documental, histórico y cultural que definen las coordenadas identitarias de un territorio; se asientan las bases para una estrategia de recuperación general; y, se activa una oferta de nuevas posibilidades turísticas y económicas.

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Pero lo significativo no es intervenir, sino saber acertar. Y esto sucede cuando los profesionales que tenemos la responsabilidad de actuar sobre el patrimonio, pedimos consejo y nos dejamos asesorar. Y no es siempre la humildad la virtud que más brille entre los arquitectos. Si lo hacemos así, controlamos esa tendencia a la transformación alocada del patrimonio cultural edificado y nos ponemos más en disposición de integrar la arquitectura contemporánea en los contextos del patrimonio cultural.

Es importante señalar que la restauración y la nueva arquitectura no está en contradicción, sino que se alimentan mutuamente. El respeto a los espacios patrimoniales por medio de la integración crea en la población una revalorización de su propia identidad, que a su vez contribuye a la reactivación, reutilización y conservación de estas áreas históricas de la ciudad.

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Granada es una ciudad en la que se debe integrar la nueva arquitectura en las estructuras urbanas heredadas. Y se hace indispensable, hoy en día, abordar el estudio metodológico de esta inserción, de manera que la propuesta se sustente en el contexto que lo circunda. Realizar siempre un análisis a partir del conocimiento de la historia, la observación del lugar, la indagación formal y las nuevas necesidades contemporáneas. De no hacerlo así, alteramos la ciudad porque le cambiamos los tiempos y sus ritmos.

Con todo lo anterior se concluye que, debemos agradecer, favorecer y respetar la propuesta creativa de arquitectos que trabajan con esa arquitectura silenciosa como es restauración. Una herramienta con poder para armonizar e integrar lo nuevo con el patrimonio existente.

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