Augurios del 2021

Puerta Real ·

La tendencia predominante augura que este año será aún peor que el anterior. ¿Será posible? ¿No hemos cubierto el cupo?

manuel montero

Jueves, 7 de enero 2021, 23:36

Los vaticinios para el año entrante, a cargo de profetas, futurólogos, augures, adivinos, videntes e iluminados han perdido empaque. Lo lamentamos los aficionados al género. Siempre te anima el cambio de año saber los desastres inminentes, sea la destrucción sísmica del Himalaya, un tsunami que ... se lleva por delante media Europa o la lluvia de langostas en ambas Castillas.

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No faltan este año las predicciones apocalípticas, pero se quedan en menudencias, tipo destrucción de Estados Unidos, llegada del anticristo, crisis en España salvada por la esposa del presidente de Gobierno (sic) o la Tercera Guerra Mundial. Además, estos vaticinios trascendentales se resienten por dos circunstancias que les son fatales.

Primero: pese a la afición a vaticinar hecatombes, el año pasado ninguno habló del que venía. Ni siquiera como metáfora, hablando de la gran peste que asolaría el mundo o de fiebres malignas a tutiplén. Nada. Ahora, varios se atribuyen haberlo anunciado, pero nadie lo dijo. O aseguran que ya lo decían Nostradamus o los mayas –que hablaban críptico– pero ninguno de sus intérpretes lo entendió a tiempo: nos condenan a profecías que sólo se desvelan a toro pasado.

Hay otra razón fundamental de la caída (¿transitoria?) del vaticinio. Desde que empezó la pandemia nos movemos entre las teorías de la conspiración –esenciales para los adivinos que hablan de conjunciones ente Júpiter y Saturno– y la sensación de vivir la mayor catástrofe que vieron los tiempos, por lo que te deja frío, o no te dice nada, saber que habrá una brutal crisis económica en Europa: en ella nos sentimos ya.

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De todas formas, los iluminados han cumplido. A Nostradamus, siempre gafe, le atribuyen esta vez un despertar zombi, hambrunas y meteoritos: siempre animando. Otros profetas anuncian terremotos por todo el mundo, la destrucción de California (un clásico), varias guerras y unos cuantos desastres más.

La tendencia predominante augura que este año será aún peor que el anterior. ¿Será posible? ¿No hemos cubierto el cupo? Hay alguna razón para temerlo: no ya por conjunciones planetarias ni por las insidias de Nostradamus. Si ponemos los pies en la tierra –y al margen de la propaganda gubernamental–, puede convenirse en que la gestión de la pandemia, ola tras ola, ha dado en desastre, sin que vayamos aprendiendo. Ha llegado la vacuna y tras los entusiasmos del 27 de diciembre, domingo –la fecha la puso la UE– la vacunación ha decaído en ritmo hasta extremos increíbles: como si fuese una cuestión secundaria. No hay ningún plan de vacunación y la única iniciativa ha sido colocar en las cajas la pegatina 'Gobierno de España', para hacer como que hacen algo, una de las iniciativas más bochornosas de estos meses.

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¿Tenemos una Administración incapaz de vacunar? Han tenido meses para planificarlo, hay gente dispuesta a echar una mano… y nada. Al ritmo que vamos, quedaremos vacunados en abril de 2022 o 2023.

Conclusión: para el desastre no necesitamos a Nostradamus, teorías paranoicas de la conspiración o vaticinadores catastrofistas. Nos arreglamos solos.

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