Autóctono de Arabial
Soy perfectamente capaz de distinguir si un granadino es de la zona de los Pajaritos o si procede de la avenida de Dílar y aledaños
Manuel Pedreira
Granada
Viernes, 14 de febrero 2020, 21:50
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Manuel Pedreira
Granada
Viernes, 14 de febrero 2020, 21:50
Hace dieciocho años, una cadena de supermercados madrileña abrió una selección de personal y el encargado de las entrevistas arrojó al contenedor los currículum de los aspirantes, anotados con sus razones para rechazar a los candidatos. Los comentarios manuscritos eran espeluznantes: «Extranjero, gordo, morenete, parece ... Pancho Villa pero hambriento», «Sudamericano, color oscuro sin ser negro, café con leche, largo de café», y el más importante para la cuestión que hoy nos ocupa: «De Parla, fea».
Al parecer de este lumbrera de los recursos humanos, la fisonomía de los parleños venía marcada por la cuna. Igual que las venezolanas son bellas, los italianos apolíneos y las brasileñas exhuberantes, a una de Parla se le distingue a la legua. Si es bonica, no es autóctona de allí y viceversa. He recordado aquella historia al escuchar, espeluznado, la petición de la alcaldesa de Vic para que los «catalanes autóctonos» no hablen en castellano a gente que «por su aspecto físico o por su nombre no parezca catalana».
Cuesta encontrar una declaración de racismo más sincera, más abierta, más cristalina y más tajante, algo de agradecer en un tiempo dominado hasta el vómito por el coronavirus de la corrección política. Vayamos al meollo del asunto. ¿Es posible detectar a un catalán por su aspecto? ¿En qué se parecen físicamente Carles Puigdemont y Gerard Piqué? ¿Qué rasgos faciales inequívocos comparten Úrsula Corberó y Ada Colau? ¿Exhibían la misma fisonomía catalana Montserrat Caballé y Peret?
A esta mujer, alcaldesa y parlamentaria autonómica, no le cabe duda alguna. No fue un calentón, ni una arenga mitinera. El discurso lo llevaba escrito y todos sabemos que el papel es mucho más paciente y reflexivo que la palabra hablada. Aprendamos a distinguir, por tanto, la nariz judía, la piel aceitunada mediterránea, las cejas pobladas de un vasco, la piel rosada de los nórdicos, la incalculable belleza de la gente de la calle Arabial…
Soy perfectamente capaz de distinguir si un granadino es de la zona de los Pajaritos o si procede de la avenida de Dílar y aledaños. Y de cada observación extraigo el prejuicio correspondiente y le dispenso al fulano el trato que merece. Así, por su cara.
Me críe cerca del cruce entre Recogidas y el Camino de Ronda y les aseguro que, en mis primeras andanzas de chavea solitario, cuando alcanzaba la zona de Calvo Sotelo (con perdón), me sentía extranjero. No por la mayor o menor distancia hasta mi casa, sino por las caras de la gente. Tenían un aire distinto, una apariencia extraña, un nosequé perceptible sólo por mis ojos que me aceleraba el corazón y el paso, y me hacía regresar rápido hacia mis dominios. Era llegar a la plaza de Gracia y respirar tranquilo.Y empezar a hablar catalán.
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