Bajar a la playa

Adónde habrán ido a parar las toneladas de arena que se emplean cada año en reparar las playas granadinas. ¿Habrán sido arrastradas mar adentro como un cuerpo extraño y compacto hasta formar un islote?

Manuel Pedreira Romero

Sábado, 21 de enero 2023, 00:41

Puntual a su cita. Con el rigor de un opositor a notarías que canta sus temas invadido por una mezcla de erudición y locura. Así llega a nosotros cada invierno la noticia inexorable de que Playa Granada ha amanecido con un escalón parejo a los ... que dan forma a las pirámides de Giza hasta la piedra que las corona y define como asombro tecnológico. La diferencia es que las pirámides egipcias figuran de manera invariable entre las siete maravillas del mundo, da igual que la lista sea actual o del siglo IV a. C, mientras que el suceso de Playa Granada no aparece si quiera entre los primeros 22.000 puestos de ese catálogo de maravillas, que ya me he cansado de repasarlo. Es una diferencia sutil, lo sé, pero no despreciable a nada que se rasque un poco sobre la superficie.

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Las playas granadinas merecen respeto. Desde luego no pueden compararse con las de Varadero ni con las de Punta Cana, ni tampoco con la de Ipanema. Ni siquiera pueden competir en muchos aspectos con las de Tarifa o el cercano Cabo de Gata, pero merecen respeto y cariño. También tienen su corazoncito, pagan sus impuestos y dan de comer a muchas familias. Los sucesivos e incesantes gobiernos de la nación no hacen sino olvidarlas.

Durante las campañas electorales, prometen espigones a troche y moche, anuncian la inmediata construcción de tal cantidad de espigones que solo de pensar que llegasen a materializarse se le coge a uno un nudo en el estómago. Espigones del tamaño de trescientos campos de fútbol, con sus gradas, sus vestuarios, su ambigú, sus palcos, los jugadores, el árbitro y un saco de balones. Espigones que, puestos uno en fila detrás de otro, permitirían llegar caminando hasta Melilla y regresar por otra hilera de espigones colocada en paralelo. Luego todo queda en papel mojado, en escalones invernales, en ruina. Se parchea con arena prestada y a rezar.

Adónde habrán ido a parar las toneladas de arena que se emplean cada año en reparar las playas granadinas. ¿Habrán sido arrastradas mar adentro como un cuerpo extraño y compacto hasta formar un islote? ¿Se habrá formado un atolón susceptible de ser explotado como destino turístico? ¿Conoce alguien el origen verdadero de la isla de Alborán?

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Mientras llega la respuesta a esas preguntas capitales solo nos queda armarnos de paciencia, cuerdas, arneses y mosquetones para que eso de «bajar a la playa» deje de ser una frase hecha para convertirse en un deporte de riesgo.

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