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El mundo está cambiando. Y la democratización económica con él. Una vendedora de mercadillo puede comprar un Ferrari valorado en (lo diré en pesetas porque ... es más espectacular y más fácil de comprender para quienes nacimos con la moneda patria) más de treinta millones, sin que eso sea obstáculo para que también pueda darse el gusto de tener un anillo de brillantes, porque seamos comprensivos y asumamos que no encajaría nada conducir este magno coche italiano y que al volante se posará una mano con dedos desnudos de boato y dignidad. La noticia la daba este periódico el otro día. Y, claro, la Audiencia, que no sabe aún que el mundo está cambiando, no cree a la dueña de tan suntuoso auto. Por tanto este dato puede demostrar dos cosas: o que el margen comercial de los mercadillos es muy alto o que la vendedora ahorra lo indecible para comprarse el coche y el anillo de sus sueños, dejando de comer si hiciera falta o, quién sabe, durmiendo cada noche bajo un puente, ahora que apenas ya hay agua que moleste al hipotético inquilino. Acuérdense de lo bien que vivía Carpanta. Porque, claro, qué otra cosa podemos pensar si todos sabemos que las normas y los controles de este país son tan sumamente eficaces, eficientes y exhaustivos que no cabrían otras posibilidades que no fueran las que antes apuntaba.
Y es que en un mundo cambiante todo es posible; que el dueño de Ikea, mientras vivió, conservara durante muchos años su viejo Volvo pudiendo haber tenido el Ferrari de la vendedora de mercadillo porque para eso dirigía un jugoso negocio en el que los clientes montan y transportan sus propios muebles; o que la vendedora de mercadillo rechace tener el viejo Volvo y opte por el Ferrari que podría haber tener el dueño de Ikea y que cuando vivía se negó a tener porque siempre prefirió su viejo Volvo. Pero, claro, aquí el problema no es qué tipo de coche prefiera tener la gente. Ojalá fuera así de fácil. El problema es muy otro. Tal vez un problema que aumenta cada día como esa bola de nieve que cuando sale de su destino a nadie le preocupa porque es pequeña y dócil, pero que poco a poco, a medida que evoluciona, va arrasando árboles, casas y personas. Una bola que nadie detuvo cuando era minúscula y que tras muchos tumbos cuesta abajo ya apenas nadie puede detener. Por lo que me pregunto si el Estado de Derecho y la Democracia con mayúscula tiene entre sus funciones detener bolas de nieve o, tal vez, evitar que evolucionen cuando son minúsculas o, quizá, no tenga esas funciones y la Democracia con mayúscula no sea otra cosa que dejar que las bolas de nieve crezcan a su antojo porque para eso es la Democracia con mayúscula, para que todo crezca y evolucione a su antojo sin más cortapisas que unas leyes y unos controles eficientes tan solo para supuestos que nacen para ser eficientes y controlables.
No conozco las respuestas y mucho menos las soluciones acerca de cómo detener o impedir que evolucione una bola de nieve, y por eso tan solo me pregunto.
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