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Los que empiezan las guerras suelen casi siempre creer que van a ser cortas. Para eso tienen estudios, pero guerras cortas desde finales de 1945 ... no ha habido casi ninguna: Las Malvinas quizá.
Esta movilización parcial de Rusia que quiere incrementar en 300.000 hombres las fuerzas que ya combaten en Ucrania, es otra cosa. Parece más bien el último episodio de la II Guerra Mundial. Las motivaciones psicológicas del presidente Putin sólo las conocemos a través de la propaganda, o sea, no las conocemos, pero deben existir razones objetivas muy graves para que se haya atrevido a una operación cuya naturaleza real es inconfesada y cuyos efectos colaterales son globales, profundos y sin expectativas de solución.
Como todos comprendemos –ya los polacos se están administrando yodo– la mayor amenaza viene del peligro nuclear.
Mientras los medioambientalistas están haciendo planes para la década de los cincuenta, la expectativa real e inmediata de Europa se cuartea por los cuatro costados. El poder del espíritu de Occidente se ha mostrado poderoso en Londres, pero en forma difunta. Los Estados Unidos, cerca de las legislativas, están en ebullición porque los republicanos pueden volver.
Los problemas de cualquier magnitud ya están resueltos de antemano, aunque las observaciones inmediatas no lo puedan descifrar. Lo que sí es evidente que toda guerra acaba en una paz, por razones estadísticas. De esa manera se cumple la definición militar de paz como el intervalo entre dos guerras.
A pesar de los oscuros horizontes sabemos que la paz perpetua no es cosa de la razón pura, sino de la Providencia que todo lo ordena para el bien de los hombres sin informarnos de las técnicas que utiliza, permitiendo un mal para sacar un bien mayor. Entre tanto los humanos debemos armarnos de esperanza y de paciencia.
En una presunta máquina del tiempo, nos podemos situar en la escena final, aunque tal escena esté por llegar. Es posible anticipar sin profetizar, que intentemos dibujar el final, pidiendo perdón al Todopoderoso por invadir sus competencias.
En mi opinión que querría ser modesta, el asunto clave es el empleo de la fuerza nuclear, porque la potencia militar convencional de Rusia es grande, pero limitada.
¿Podrá Putin con una guerra meramente convencional alcanzar su objetivo que tampoco está tan claro? Seguro que no. Esta movilización prolongará la guerra, afectará a la economía mundial, pero a ese nivel no puede ganar en una guerra de desgaste indefinido.
Como, por otra parte, Putin no quiere ser un perdedor, no hay más remedio que pensar seriamente en la fuerza nuclear. Los misiles nucleares se pueden usar en diversos grados y magnitudes, utilizarlos como medio de terror o para exterminar al enemigo.
No olvidemos que después de Hiroshima y Nagasaki, Japón sigue existiendo y Rusia también existe, después de Chernóbil. Adivino sin pruebas –que el núcleo duro del Ejército ruso y del PC– están presionando a Putin que, como buen político, quiere estar siempre en el centro: Le piden una movilización general y la decreta, sólo parcial. Es un signo.
La escena final que sólo Dios sabe, conjeturo que no puede ser otra que la derrota de Rusia con el alivio de todos los países de su periferia, especialmente, Ucrania.
Sin el poder ruso, Eurasia estallará en mil repúblicas y la Unión Europea y la OTAN ampliarán su influencia hacia el Este. La idea genérica de Putin es evitar este final. Él no lo desea en modo alguno, pero el núcleo duro del partido y del ejército se mueven por la pasión y por el temor. No creo que Putin pueda resistir.
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