Ser viejo es una mierda (Sabina dixit) y ser joven, hoy en día, también lo es. Algo no funciona. Algo se ha roto dentro del esqueleto social cuando en la caja del supermercado te embolsa la compra un doctor en Mecánica cuántica. Los engranajes chirrían ... si las patrullas municipales anticovid las conforman una pléyade de graduados, licenciados y titulados a los que no les quedaba otra salida que rellenar los formularios de la bolsa de empleo municipal. Last chance, última oportunidad.
A los de mi generación nos decían que estudiando y esforzándose uno se podía ganar la vida, más o menos dignamente. También nuestros mayores censuraban los pelos largos, los vaqueros desgastados y esa música ruidosa. Admonitorios auguraban que iríamos a desembocar el estuario de los desharrapados. Pero luego se imponía la realidad de ese momento: el enchufe en el taller del primo, en la tienda del chacho, en la fábrica de ladrillos, de aprendiz en la panadería, en la caja de ahorros o en la cooperativa para llevar cafés. La juventud sin trabajar se echa a perder, decían. Y ahora soportamos casi un 50% de paro juvenil en la generación mejor preparada de nuestra historia reciente. Así que ante la inacción babeante de los que gobiernan, que no saben qué hacer con esta mano de obra, nuestros hijos y sobrinos se buscan la vida como pueden y les dejan. Los jóvenes ven con envidia y enorme frustración que ellos jamás tendrán una vida laboral y de cotizaciones a la Seguridad tan larga como la de sus padres. Es una broma de mal gusto que les digan los ministros de la cosa que «necesitarán, al menos, 40 años cotizados para cobrar una pensión». Los jóvenes se creen inmortales, pero no tanto y se nos van, a manos llenas, a otros países con la cancamusa de aprender idiomas y nos consolamos pensando en algún día los veremos en 'Españoles por el Mundo' mintiendo: «Yo me vine hasta Irkutsk por amor» ¡y una mierda! Todos sabemos la verdadera razón: nuestros hijos viven ya peor que sus padres. Se van a dejar sus conocimientos y preparación fuera de su país. Desarraigos que no se suavizan con los contratos de una multinacional. No es cuestión de buscar culpables o responsables pero cada vez que tengo que ir a ver a mi nieta a París me acuerdo de sus ancestros y promesas incumplidas.
El Maestro Agudo me lleva ventaja para opinar sobre si nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Es hijo, padre y ya ha sido abuelo. Hecho este último que demuestra su grandeza de miras, pues siendo natural de la villa de Bailén y habiendo tenido un perro nombrado Napoleón consintió que su 'María Bellido' filial marchase a las Galias a casarse con un gabacho que en el Tour va con Alaphilippe.
Antonio, en este asunto hemos de andar prudentes. Empezamos confraternizando con los habitantes allende los Pirineos y podemos acabar siendo tildados de fascistas, franquistas, extrema derecha y semejantes. Porque, si nuestros hijos vivirán peor que nosotros y nosotros hemos transitado mejor que nuestros progenitores, hemos de colegir que somos la generación elegida por la Historia. La que nacimos en las décadas de los cincuenta a los setenta. Id est, los hijos del desarrollismo franquista. Y nuestros vástagos que vieron la luz en la esplendorosa democracia se comerán una mierda. ¡Oh, cielos! Mi bienestar, en comparación con las generaciones actuales, se lo debo al dictador. Estoy por cambiarme con mi hijo. Un trueque sólo con ventajas. Le arranco veintimuchos años al calendario -con las posibilidades sentimentales que ello me brinda-, le ofrezco un pasado mejor a mi retoño, limpio mis abominables herencias sociopolíticas y a disfrutar que es un soplo la vida.
En el colegio insistían, cuando nos iniciaban en las matemáticas, en que no se podía sumar peras con manzanas. No me atrevo a decir quién vivirá mejor. No son situaciones comparables. Su esperanza de vida será más alta. Hemos de suponer que el desarrollo tecnológico les facilitará la cotidianeidad. Habrán de afrontar riesgos y retos desconocidos para nosotros. Pero, ¿no es eso lo que lleva haciendo la Humanidad ancestralmente? Usted y yo, compadre, buscamos la estabilidad y seguridad laboral -¡que lo mismo es otra herencia del franquismo!- mientras que nuestros descendientes navegan con timón firme en las procelosas aguas del incierto mercado laboral. No tienen miedo de irse, pero a usted y a mí que no nos saquen de los campos de olivos. No tengo ni idea de si son más afortunados. Como tampoco estoy seguro de que sean la generación más preparada. Saben más idiomas. En lo demás…
Lo único que tengo claro, por si sirve para iluminar, es que me cambiaba a pelo por uno de ellos. Incluso poniendo mi pensión de garantía.
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