Solo he enviado un burofax. Fue para tratar de darle la boleta a un inquilino díscolo y poco amigo de abonar una mísera renta a cambio de la cual disfrutaba de una casa enorme, que compré incauto cuando atábamos los perros con longanizas y Fernando ... Simón aún no amenizaba nuestras sobremesas como un heraldo de la ruina. El inquilino se marchó por fin, tras dejar algún semestre sin pagar y después de cometer unas pocas fechorías que no vienen al caso, pero nada tuvo que ver su partida con aquel burofax, supongo. La huida, morosa en todos los sentidos, fue más bien un intento por su parte de exhibir una ecuanimidad deudora a prueba de bombas. Le acabó dejando trampas a medio pueblo.
Pero volvamos al burofax, ese documento tan en boga esta semana. El de Messi aún no ha aparecido físicamente. Conocemos su contenido pero no el continente. Para un fetichista es una pieza de caza mayor. En especial, si ese fetichista rima con madridista. El papelote en sí carece de glamour y estará atestado de anodinas frases de un lenguaje administrativo feroz. Pero no deja de tener importancia. Como los papeles de Bárcenas. La de disgustos que nos dieron. ¿Qué habrá sido de ellos? Algún día, ese burofax se expondrá en un museo junto a la servilleta donde se firmó la llegada del futbolista al Barça con trece años. De la partida de nacimiento a la esquela. La vida explicada en firmas y papeles. De la ilusión al desencanto, pero sin versos de los Panero.
El burofax del martes movió un resorte en mi memoria y me llevó a otro momento en el que el mundo se paralizó ante la renuncia de un genio. Sucedió el 1 de febrero de 1967. En la cima absoluta de su fama, 'El Cordobés' anunció su decisión irrevocable de no torear más. Lo había consultado con la almohada y esta le había dicho que tenía que irse, que había llegado el momento de dejarlo. Una semana después, la plana mayor del empresariado taurino (los Florentinos, Bartomeu, Abramovich y Al-Khelaifi de entonces) peregrinó hasta la finca del torero para suplicarle que se dejara de estupideces y siguiera dando saltos de la rana para solaz de la afición y jolgorio de sus bolsillos. El planeta taurino contuvo la respiración. 'El pelos' meditó el asunto una hora, echó una carcajada de las suyas y dijo que sí, que volvía a las plazas. Un rato después, todos los empresarios estamparon su firma en la almohada, que hoy está expuesta en la casa museo del torero en su Palma del Río natal.
El burofax de Messi no puede seguir oculto ni un minuto más. Millones de víctimas queremos firmar ese papel. Los culés aún no se han despertado de la pesadilla. Es más, creen que al final no llegará la sangre al río. Que pierdan toda esperanza. Cuando uno anuncia que se va, es que ya se ha ido.
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