Una caja de pino
Nunca tendrá las estrellas michelín de un puerto legendario pero es como ese bocata sin pretensiones que te quita el hambre y te deja satisfecho
Manuel Pedreira
Granada
Sábado, 24 de julio 2021, 00:38
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Manuel Pedreira
Granada
Sábado, 24 de julio 2021, 00:38
Me gusta subir a Blancares. En otoño, pasado el pantano, antes del cruce de Tocón, se puede contemplar en algunas masas de árboles una variedad de ocres que ríete tú de Central Park en noviembre. Unos kilómetros más atrás, por la fuente de los trucheros, ... los árboles son de hoja perenne y nunca abandonan el verde. La vegetación escala y escala hasta el último risco y en algunas curvas a izquierda, si uno es capaz de levantar la vista mientras pedalea, le da la sensación de estar haciéndolo por cualquier carretera suiza, si es que las carreteras suizas responden a lo que de ellas se espera.
Es un puerto amable, vacilón, que se deja querer y nunca te pone contra las cuerdas. Tres cuartos de hora mal contados desde el cruce de Quéntar. Pendientes respetables pero no salvajes. Descansos en el momento justo que son como pausas para el café, para echar un pitillo imaginario, para aliviar el soliloquio que siempre va contigo cuando te subes en una bici. «Esto tenía que hacerlo yo todos los días» me digo cada vez que transito por allí, aunque luego no lo cumpla y tarde meses en regresar porque los 42 semáforos (contados) que separan mi portal del inicio de la carretera me aburren y acogotan. Nunca tendrá las estrellas michelín de un puerto legendario pero es como ese bocata sin pretensiones que te quita el hambre y te deja satisfecho. La ruta que no debe faltar en el almario de cualquier ciclista capitalino. El escenario de un intento de asesinato hace justo una semana.
No han dado todavía las nueve de la mañana cuando un par de ciclistas de mediana edad pedalean en paralelo a ritmo cansino, a 13-14 kilómetros por hora, por una carretera muy poco transitada. Un conductor les adelanta rozando los manillares y hay un cruce de improperios. Se dicen de hijoputa para arriba. El coche se aleja pero no tarda en regresar para embestir a uno de los ciclistas como un toro de Jandilla al burladero. El ciclista se destroza la pierna contra el guardarraíl y cae por un terraplen con una cornada profunda. Lo rescatan y mientras llega la ambulancia se forma un charco de sangre en la cuneta que todavía es visible. El coche se da a la fuga. Pocos días después, la Guardia Civil hace su trabajo y detiene al conductor. El juez hace el suyo y lo envía a prisión mientras llega el juicio.
Uno aprieta los dientes hasta que se le encajan las mandíbulas cuando lee algo así. Se cabrea y se ve en una caja de pino cubierta de maillots. Pero entonces se abrocha el casco y hace que las ruedas giren sobre su eje. Hala, feliz verano, verana, verane.
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