Recientemente se aprobó la ley Celáa, pero hay un tema que ni esta ley, ni ninguna otra, han resuelto: transformar la escuela. Por eso, la ministra actual ha creado una comisión de técnicos para que presenten al Congreso una propuesta de nuevos currículos menos voluminosos, ... y una nueva pedagogía más conectada con la realidad, ya que la escuela debe preparar para la vida.
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El mayor síntoma de que la escuela no funciona adecuadamente, por sus limitaciones curriculares y sus clases magistrales, es que los alumnos están desencantados. En una encuesta del Yale Center for Emotional Intelligence, realizada a 22.000 alumnos, la mayor parte de ellos decía sentirse en clase aburrido, estresado y cansado. Hay que optar por una nueva escuela, donde el alumno no sea un mero espectador, sino que participe en el aula.
Según Sandy Speicher, responsable de innovación educativa de IDEO, la escuela debe convertirse en un lugar de reflexión para que cada alumno descubra sus potencialidades. Para ello, lo fundamental son profesores innovadores y valientes, que no se dejen llevar por la inercia –haciendo lo que siempre han hecho–. El buen profesor ha de saber qué les importa a sus alumnos, a qué juegan cuando están solos, cómo actúan en su casa, cómo puede entenderlos, y cómo puede motivarlos para que se sientan miembros activos de la escuela…
En España, junto al problema de escuelas poco motivadoras para el estudio, nos encontramos con un problema ancestral: en muchas ocasiones, el elemento determinante para conseguir un buen empleo futuro no depende tanto de los éxitos en el estudio y de un currículum brillante, sino de las influencias que se tengan, como lo indican todas las estadísticas.
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Los políticos se obsesionan demasiado con la realización de grandes obras públicas, pero se les ha olvidado la escuela. Además de no otorgarle los medios que necesita, no se les ocurre, por ejemplo, movilizar a pintores, escritores o músicos, para que ilustren a los niños. Muchos padres, por su parte, inmersos en una sociedad de consumo, ven esencial que sus hijos tengan un iPad, un móvil último modelo, unas zapatillas de marca…, «como los demás las tienen». Todo esto es terrible, porque no se valora lo fundamental: que se formen y sean cultos y educados.
Uno de los mayores fracasos de las sociedades occidentales de posguerra fue la mal llamada «democratización de la cultura». Se pensó que abriendo muchos museos, la gente entraría masivamente en ellos, pero se equivocaron. A los museos va la gente que tiene cierto nivel de preparación. Es en la escuela donde debe generarse el desarrollo cultural adecuado para que el alumno se conecte con museos, música, poesía, lectura, debates, deporte… Y es que la escuela debe enseñar a pensar, a hacer, a decir, a criticar y a ser cultos.
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Hay que lograr una educación que prepare ciudadanos activos, es decir, personas que sepan ejercer sus derechos cívicos, con responsabilidad social; sin detenerse, solo, en el memorismo y la abstracción. Como decía Sócrates, el padre de la mayéutica (método pedagógico por el que el alumno encuentra la verdad mediante el diálogo), el conocimiento no es una acumulación de información, sino la capacidad de distinguir el bien y el mal; y lograr el autodominio y el cultivo de la virtud.
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