Sabemos que el miedo impulsa a las dictaduras y que el mayor temor que se cierne sobre las sociedades totalitarias es el de ser eliminado por no mostrar adhesión inquebrantable al que manda. Existen tantos ejemplos a lo largo de la historia que valdrá con ... destacar solo el último de ellos: la insólita purga del expresidente chino Hu Jintao, obligado por dos guardianes de la ortoxia a abandonar el XX Congreso del Partido Comunista en Pekín en un insólito acto de humillación ejecutado para que sirva de aviso a sus, hasta ahora, partidarios. Nicaragua, Rusia y todas las dictaduras militares en América Latina, revelan, entre otras, una variada pléyade de ejemplos demostrando que la ignominia se reparte entre gobiernos de izquierdas y derechas cuando se cercena la libertad de pensamiento en nombre de la ideología imperante.
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Asistimos a un debate originado en el ámbito universitario anglosajón que se ha visto alimentado por el cada vez más creciente grado de simplificación infantiloide de las actuales sociedades. Hablamos de la ingente cantidad de creadores, artistas, escritores, periodistas, profesores e intelectuales que han sufrido brutales campañas organizadas de acoso digital y de rechazo a sus obras debido a opiniones que no comulgan con los insoportables principios vigentes de la ultracorrección política. Ahora, se trata de agradar a toda clase de públicos y auditorios como si sus integrantes fueran lactantes incapaces de discernir racionalmente. Nos encaminamos a grandes zancadas hacia una situación de anomia intelectual en la que la discrepancia es castigada con el olvido, eso que absurdamente se ha dado en denominar cancelación, una realidad que conlleva el borrado de la vida y la obra de aquellos disidentes molestos. Incluso, en una aberración incomprensible, se ha dado en llamar a esta barbaridad inquisitorial cultura de la cancelación, como si hubiera algo cultural en la barbarie.
Se persigue una ciudadanía inmadura incapaz de distinguir entre las vidas de los creadores y la huella que estos han dejado en sus diferentes ámbitos de actividad. Se pide la cancelación de Picasso por misógino y machista, invalidando su excelsa obra pictórica en razón de su criticable relación con las mujeres. Una cosa es su comportamiento y otra el legado de su producción artística. Ocurre lo mismo con Louis-Ferdinand Céline, traidor colaboracionista en la Segunda Guerra Mundial, pero uno de los escritores más destacados del siglo XX cuyo 'Viaje al fin de la noche' es una de esas obras maestras de lectura imprescindible. Los periodistas de este país tenemos más a mano el caso de César González-Ruano a quien nadie puede negar su valiosa aportación al articulismo literario pese a su execrable conducta. Se puede destacar su legado en el periodismo español del siglo XX y abominar de su amoralidad sin limites. Una circunstancia no puede 'cancelar' la otra en una sociedad que piensa por si misma.
Alguna despistada ha criticado a David Summners, de Hombres G, por haber cantado hace 40 años en 'Sufre mamón' aquello de «devuélveme a mi chica» o «voy a vengarme de ese marica, voy a llenarle el cuello de polvos picapica». Amparándose en una supuesta homofobia y en que «las chicas no son propiedad de nadie», un rebaño de lindos han hocicado en las redes sociales dejando la impronta de su bilis sin ser capaces de contextualizar nada. Igual piden la cancelación de la banda. Por cierto, advirtamos que Santiago Auserón, de Radio Futura, incluyó retóricamente en 'Corazón de tiza' aquello de: «Te voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro». No sea que suponga apología de la violencia y haya que cancelarlo de inmediato.
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