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Para entrar en la malhadada sede del PP –de la que el partido aún no ha sido capaz de desprenderse–, no se requiere portar mascarilla, sino chaleco antibalas y casco de protección en la cabeza. Las balas trazadoras silban al amanecer anunciando la implosión de ... una formación clave en el equilibrio de poderes de nuestro país que, inopinadamente, ha decidido suicidarse.
La guerra de los mundos que libran Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, terminará mal, como la historia de España que relataba el poeta Jaime Gil de Biedma, primo, por cierto, de Esperanza Aguirre. En un incomprensible ataque mutuo, con acusaciones de espionaje y deslealtad de por medio, los cimientos de Génova, 13 han temblado y la escala de Richter ha alcanzado a la madrileña Plaza de Cibeles, sede del Ayuntamiento de la capital y a la Puerta del Sol, donde se encuentra el kilometro cero de todas las carreteras que conducen al abismo, y cuya placa puede ser contemplada, desde su despacho, por la presidenta de la Comunidad de Madrid.
Dentro del triste edificio genovés, sólo se atisban caras largas, rictus de circunstancias y la calma tensa que anuncia una catástrofe por venir. El futuro del presidente del partido es hoy tan incierto como el reinado de Witiza, y ya hay quien no disimula. Las voces que exigen un congreso extraordinario son cada vez más, y el evento sucesorio ha comenzado a ser la comidilla de todas las reuniones de cuadros y militantes destacados que miran a Santiago de Compostela, por ver si el santo patrón inspira la ambición nacional de Alberto Núñez Feijóo, hoy plácidamente instalado en San Caetano. El actual presidente de la Xunta de Galicia ya rechazó una vez la idea de trasladarse a Madrid para liderar el Partido Popular. Entonces, no quiso enfrentarse en unas primarias con Soraya Saenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Su aspiración era ser elegido lider por aclamación. Entonces no ocurrió, pero ahora su figura puede convertirse en providencial para una formación maltrecha, fané y descangallada. «Alberto», como se le llama entre los círculos de enterados, podría ser quien pacificase el partido y lo sacara de la UVI. Pero hay más posibilidades.
En algunos ambientes populares se baraja estos días una hipótesis que los que están en la pomada han bautizado como 'Operación Merkel'. Se trataría de elevar al liderato del partido a Ana Pastor: mujer, con experiencia, dos veces ministra, expresidenta del Congreso y con una hoja de servicios absolutamente inmaculada. Ella también podría restañar heridas y aplicar el bálsamo reparador que reclama a gritos hasta el propio charrán del logotipo popular. Bien vista dentro y fuera del ámbito del PP, Pastor goza de una excelente imagen en la opinión publica con una justa y acreditada fama de buena gestora.
Los congresos de las formaciones políticas los carga el diablo y siempre puede producirse una sorpresa, pero la mayor de todas sería la continuidad del tándem Pablo Casado-Teodoro García Egea, «los niños», como son apodados con mala idea en la sede genovesa.
Por cierto, que Casado evoca ahora la sombra fugaz de otro presidente popular, Antonio Hernández Mancha, aquel líder volátil que se inmoló en una errática moción de censura a Felipe González. Su recuerdo, ya lejano, es conjurado ahora por aquellos conspicuos personajes con despacho en el cuartel general del principal partido de la oposición. Son aquellos que susurran al oído de los periodistas esta maldad: Pablo y Teodoro son como los personajes de la película 'Los Otros' de Alejandro Amenábar, están muertos y no lo saben.
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