
Carles Puigdemont y John Wayne
Huesos de aceituna ·
Llámenme cansoso, tendrán toda la razón, pero estos señores se han hecho merecedores de un escaño gracias al voto de 2.677.173 españoles y españolasSábado, 14 de septiembre 2019, 01:22
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Huesos de aceituna ·
Llámenme cansoso, tendrán toda la razón, pero estos señores se han hecho merecedores de un escaño gracias al voto de 2.677.173 españoles y españolasSábado, 14 de septiembre 2019, 01:22
Mi padre y mi madre, que por fortuna ya cuentan 89 y 86 años, respectivamente, eran en su juventud un lector empedernido –él–y una ... atenta oyente –ella– de aquellas historias del oeste americano o de héroes europeos de otro tiempo contenidas en ajadas novelas que yo descubrí, décadas más tarde, amontonadas en algún arcón de las casa. Como a tantos españoles de origen humilde en la posguerra, también a ellos les estuvo vedado estudiar más allá de 'las cuatro reglas', pero tuvieron los arrestos de alcanzar su conocimiento en los pocos ratos libres que les dejaban las obligaciones en la casa, la huerta, el olivar o la albañilería -que de todo había que hacer para comer a diario-. En definitiva, aun habiendo aprendido a leer y escribir, era del todo imposible que supieran siquiera pronunciar una palabra en inglés y, seguramente, se contarían con los dedos de una mano las ocasiones en las que oyeron hablar en ese idioma o en cualquier otro que no fuera el castellano. Claro, el único contacto con el exterior, aunque mínimo, era el cine, de consumo semanal en nuestro Teatro de la Merced. Así, es lógico imaginar que esperaran con fruición llegar al fin de semana para disfrutar de aquellas espléndidas películas protagonizadas por John Wayne, James Stewart, Olivia de Havilland o Grace Kelly.
Después –o entretanto- llegaron mis hermanos. Y llegué yo, el último y el más 'listillo'. El que no paraba de reír en cada ocasión que escuchaba a mi padre o a mi madre pronunciar los nombres de sus 'artistas' favoritos de la gran pantalla. Tengo que reconocer que aún hoy gasto bromas con ellos y con mis amistades cuando salen a colación esos actores y esas actrices. Yo les repito cómo se pronuncian correctamente y ellos insisten en lo que siempre me contestaron: «si se escriben así, así se leen 'en cristiano'». Pero sé que, en el fondo, no dudan de mis correcciones, aunque a ellos les sea del todo imposible vocalizar esos nombres anglófonos. Si hubiesen nacido medio siglo más tarde -con las posibilidades educativas que, por fortuna, disfrutamos en democracia- sin duda los pronunciarían correctamente, casi como cualquier hijo de vecino.
Observen ese 'casi'. Porque este miércoles certificamos que, aunque hoy apenas hay analfabetos forzosos en España, sí que nos topamos en las Cortes Generales con verdaderos ignorantes ufanos de serlo. Transcurridos cinco meses desde las Elecciones Generales lo han demostrado con fruición, pero en ocasiones como esta parece que se les va la pinza. Me refiero ahora a su pronunciación del nombre de 'Carlos P-u-i-g-demont', o del modo en el que aluden a la 'Generalidad' de Cataluña. No doy crédito. Explicar a estos 'pijos' con escaño que a Carles Puigdemont –catalán– le llamaron así sus padres porque así lo decidieron en su idioma, el catalán, sería dedicarles un minuto que ellos no merecen. Sería como explicar en Cataluña a algún imbécil de allí que yo me llamo José Luis y no Josep Lluis. ¿Se imaginan la cara de George Bush si el Presidente Aznar le hubiese llamado Jorge Arbusto –por más que ese apellido lo defina–?
Llámenme cansoso, tendrán toda la razón, pero estos señores se han hecho merecedores de un escaño gracias al voto de 2.677.173 españoles y españolas. Y no crean que me trago tanta ignorancia. Pongan odio en el otro lado de la balanza y encontrarán el equilibrio de sus argumentos. Este es el verdadero ingrediente que les ha hecho tan convincentes en redes sociales, ese espacio donde campan a sus anchas. Por esto les he puesto el ejemplo de mis padres: ellos ni sentían odio ni disponían de Internet. Llamaban al pan, pan, y al vino, vino, como buenamente creían; sin trampa ni cartón. No tenían tiempo para tanta tontería.
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