Carlos
Puerta Real ·
Por el mismo precio de ofrecerte un cupón incluía el trato cercano de quién carece de maliciatito ortiz
Lunes, 15 de febrero 2021, 21:46
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Puerta Real ·
Por el mismo precio de ofrecerte un cupón incluía el trato cercano de quién carece de maliciatito ortiz
Lunes, 15 de febrero 2021, 21:46
Sabido es que una de las principales misiones que mi maestro Tico Medina me tiene encomendadas, es la de vigilante perpetuo del Albayzín y sus confines. Esto me obliga –entre otros menesteres– a pasar lista, tanto de diana como de retreta, para comprobar en justicia ... que tras el cierre nocturno de la Puerta de Elvira, la de Monaita, Fajalauza y Guadix, todo el vecindario está en sus casas, sin que se tema por nadie. Es una tarea rutinaria, de recuento, que una vez comprobada, deja paz y sosiego en las gentes, que desde siglos, cultivan la amistad y las buenas maneras de vecindad por las que se rige el ser humano bondadoso.
Pero héteme aquí que desde hace unos días, una mañana fría del pasado enero, faltó al recuento el bueno de Carlos y todos lo echaron en falta. Me cuenta mi querido y admirado amigo, Paco Sánchez Montes, que Carlos era un hombre joven, y en el sentido machadiano, bueno. Y que formaba parte de ese Albayzín eterno, como el café del Pasteles o las pesas colgadas en el frontal del arco por el que se desciende a Granada. De hecho, la Plaza Larga, ya no es igual sin él. Carlos vendía cupones, pero regalaba amistad. En la bondad de su trato estaba el secreto para aguardar a cada mañana el encuentro con un ser de luz, de esos que necesitas cada amanecer, para volver a creer en el ser humano. Con la función tan humilde como la de ofrecerte un cupón, por el mismo precio incluía el trato cercano de quién carece de malicia, y a pesar de lo justa o no que haya sido la vida con él, no duda en ofrecerte la mejor cara, la mejor versión de un hombre bueno.
Carlos repartía la suerte a diario, esa misma que nos lo ha arrebatado tan pronto, y cuando nos quedaban tantas mañanas por desgranar el abrazo fraterno de la palabra adecuada, que viaja en el cariño desinteresado. Vivía junto a la iglesia de san Bartolomé, que es tanto como decir que moraba en el kilómetro cero de un barrio milenario, que conoce a todos y cada uno de sus vecinos que todavía no se han acostumbrado a que Carlos no esté esperando su saludo en la Plaza Larga. Su ausencia es larga, dura y pesada como la contundencia de la noticia de su muerte repentina e inesperada, porque Carlos no tenía edad para despedirse de esta forma, que tanto duele a los que le querían y admiraban. Es más, a mí me parecía que a la vista otros tenían más papeletas que él para irse, pero la madre naturaleza es muchas veces caprichosa, y nos pone en el camino una especie de hitos de ausencia que nos desgarran las entretelas del corazón, llevándonos un dolor hasta las entrañas que solo el tiempo logrará calmar, cuando en cualquier esquina del barrio volvamos a encontrar otro Carlos, hombre bueno, que consiga ocupar el lugar en nuestros afectos, que este amigo nos ha dejado.
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