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Carta a López Obrador: la memoria histérica
CRÓNICAS GRANADINAS ·
Sé lo que me digo señor presidente: usted me ha defraudado mucho con sus declaraciones»TICO MEDINA
Domingo, 31 de marzo 2019, 03:54
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CRÓNICAS GRANADINAS ·
Sé lo que me digo señor presidente: usted me ha defraudado mucho con sus declaraciones»TICO MEDINA
Domingo, 31 de marzo 2019, 03:54
Señor presidente de los Estados Unidos Mejicanos. Con la fuerza que me da en este momento la historia, que no hay que olvidar que gracias ... a Granada y Santa Fe fue posible el descubrimiento de América hace ya algo más de quinientos años, le escribo estas cuatro letras, más que nada porque quiero recordarle algunas cosas, que le perdono porque soy viejo como usted. La palabra viejo es hermosa. A veces se nos olvidan las cosas. Como cronista oficial que soy de la ciudad de Granada y sus pueblos, y porque después de muchos años de vivir, convivir, incluso sobrevivir en Méjico, sé lo que le digo. Conozco su hermoso país donde se habla nuestra vieja lengua y usted además, y por si fuera poco, se apellida López y Obrador. También es descendiente de asturianos. Además, su inteligente y bella esposa es ni más ni menos que directora, creo, del Instituto Nacional Indigenista del grande país azteca, donde durante mucho tiempo fui corresponsal. Nuestros vínculos son mucho mas fuertes que nuestras rupturas, diga usted lo que diga señor presidente.
Dicho lo cual, quiero recordarle, muy señor mío, que un día tuve el honor de darle la mano, a pocos meses del gran disparate aquel en la plaza de las Tres Culturas (ciudad de Méjico), cuando la sangre joven estudiantil salpicó la piedra azteca.
Fue usted rector de la universidad de Méjico y por aquel tiempo yo fui a entrevistar al enorme español que escribió 'Corazón de Piedra Verde', don Salvador de Madariaga, instalado en el húmedo exilio de aquel lago suizo.
Mire usted, cierto es que nos trajimos mucho de América, de Méjico, es verdad, y de lo cual me arrepiento tanto, pero no se olvide de un dato: ¿Y lo que mandamos a cambio después de la Guerra Civil española? ¿Cuántos maestros, cuántos profesores, cuántos intelectuales españoles fueron buscando asilo en Méjico? Ahí mandamos lo mejor de nuestra cultura, que repartimos allí a puñados, haciendo como hicimos, maestros, alumnos, profesores todos enseñando desde la más grande humildad, mezclando nuestras sangres con su sangre, creando escuelas, compartiendo el futuro bajo el mismo techo.
Permítame esta pregunta señor López Obrador, al que durante tanto tiempo tuve gran admiración y respeto. ¿En qué idioma aprendió todo lo que sabe y lo que dice? ¿Quién le dio el apellido López? ¿Qué habría sido de usted de no haber tenido el viejo cruce de la vieja sangre española? ¿Por qué no es capaz usted de pedir perdón por lo que ha dicho sin deber de haberlo dicho?
Yo me acuerdo de aquellos días en la taberna de 'El Perro Andaluz', de Buñuel y de Torcuato Luca de Tena, que fue corresponsal en Méjico después de haber sido mi admirable director en Abc de Madrid, cuando aquella hermosa aventura del Abc de las Américas, cuya primera portada fue aquella, inolvidable, hecha por este servidor: donde salía el presidente de los Estados Unidos de América, Richard Nixon; por cierto, su mayordomo era de Galicia.
Sé lo que me digo señor presidente: me ha defraudado tanto, tantísimo. Yo estaba allí como corresponsal de Televisión Española cuando fue el entonces Rey de España Don Juan Carlos I, quien en el Casino español, y en compañía del expresidente mejicano López Portillo, dijo todo lo que tenía que decir, allá por el año 1992, para unirnos por el bien de Méjico. Por cierto, un servidor estaba allí, aquel día con los exiliados españoles, llorando, apoyado para poder contarlo hoy aquí, en aquel viejo y brillante piano cubierto con un mantón de manila en el que, según la leyenda, Agustín Lara había compuesto la canción Granada que hoy es, entre otras cosas, nuestro himno sentimental. «¡Granada tierra soñada por mí!»
La vieja copla
Y ahora va usted y me sale con esa vieja copla que nada arregla y lo que hace es romper, herir. ¿Quiere que le recuerde lo que el presidente López Portillo me dijo volando sobre Campeche (Méjico)?
Le aseguro que Hernán Cortés fue, sobre todo, un hombre de Estado, que hizo posible el Méjico grande de hoy. Igual de no haber sido por él, incluso en la malvada historia del Malinche, no habría hecho posible el milagro de unir todas las familias, todas las tribus de entonces, y crear una nueva gran familia, aunque hubiera tantas luces y tantas sombras.
Yo estaba allí, en aquel momento hilador, zurcidor e incluso bordador, el día que se bajó la bandera de la República, que ahora se lleva tanto, en aquella casa de la España del exilio, antigua embajada republicana y servidor ofreció la palabra del embajador al Rey.
-Majestad hemos izado la bandera constitucional de España.
He hice un corte para televisión de mi propia mano: «Hemos arriado la bandera republicana, señor (...)». Aquel plano final está en la videoteca, en el que aquellos hombres honestos, humildes, diplomáticos del adiós, salían calle adelante sobre aquel suelo de hojas secas, en el barrio rosa de la capital mejicana, con todo el respeto y también la admiración del corresponsal de la tele de España en Méjico.
¡Me van a contar a mí, señor López Obrador, de Méjico, que tengo dos plumas de plata, cuando a mi manera y mi forma, conté en mi crónica diaria lo que era la memoria de España, Cantinflas, Alfredo Jiménez, el 'faraón torero', Octavio Paz, 'Tamayo' el pintor, 'Cuevas'- 'el ganio'-, incluso 'Rulfo' al que pude encontrar en Jalisco! Si yo pudiera reunirlos, lo haría, pero ya es demasiado tarde. Me acuerdo de María Félix, la diosa, de la que escribí sus memorias en su casa última de París. Fueron seis meses largos viviendo por el mundo, ya lo he contado muchas veces. A mí no me van a contar lo que es la Memoria Histórica, al menos, en este caso aunque en el nuestro haya tanta tela que cortar, tanta cuneta que remover.
Recuerdo aquel final de entrevista, de aquel premio Nobel, que va y me dice aquel día: «Cuantas veces en la plaza más grande del mundo, en Méjico, donde la catedral medio quebrada escuchó aquel grito de setiembre. ¡Viva zapata, cabrones!»
Bebiendo sangre
¿Sabe usted lo que le digo presidente? Pues que no sé qué habría sido de nosotros de no ser por aquella feroz conquista española... Estaríamos quizá todavía, quién sabe, bebiendo la sangre de nuestras tribus enemigas y en aquellas calaveras de jade o de hueso humano.
Yo tuve durante mucho tiempo, entre mis libros donde hay tanto Méjico, una calavera de azúcar de las que se compraban en el Día de los Muertos, en Méjico. Llevaba mi nombre en la frente, había que chuparla de vez en cuando hasta que me harté cuando un día, me derrumbé en el suelo del baño y me tuvieron que hacer dos trepanaciones, dos, para que saliera aquel chorro de sangre y muerte que manchó las gafas de aquel joven cirujano de urgencias, de la fundación Jiménez Díaz.
¿Me van a contar a mí después de tantos años?
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