Asombra tristemente comprobar la situación actual del castillo de La Calahorra. En el exterior, en sus muros y torres de piedra, nada demasiado evidente nos indica cómo vamos a encontrarlo por dentro. Aunque sí es cierto que sorprende el estado, casi de otra época, del ... camino de acceso al recinto. Pero lo peor está en su interior. Lo primero que te dicen, nada más empezar la visita 'guiada' —por llamarla de alguna manera—, es que está prohibido hacer fotos, por lo que no tengo pruebas de lo que voy a describirles, excepto las que pude realizar antes de ser informado de este veto.
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Ya en el soberbio patio renacentista, de columnas corintias, arcos de medio punto, bóvedas de arista, relieves de motivos clásicos y mármoles de Carrara se empiezan a apreciar los signos del desgaste. Pero es, sin duda, en las estancias cubiertas y en el piso superior donde la ruina se nos muestra desde los suelos hasta los artesonados, de modo que no pude evitar sentir una sensación de enfado y desolación.
Hacía tiempo que no contemplaba en nuestro país un monumento en situación de tanto abandono. En muchas salas el pavimento ha desaparecido, quedando solo un suelo de tierra. Y en otras —o en las mismas— el artesonado está tan deshecho que es posible contemplar a través de sus grandes huecos lo que hay sobre él. En algún momento, incluso, pensé si estaríamos o no seguros en aquellas habitaciones, dados los alarmantes indicios de su pésimo mantenimiento.
El castillo, a día de hoy, sigue siendo propiedad privada, pero está 'protegido oficialmente' como Bien de Interés Cultural. Por ello, desde el punto de vista legal, ignoro a quién corresponde su restauración, si al propietario o al Estado. Pero lo que sí tengo claro es que dicha restauración es de máxima urgencia, por lo que, formando parte del patrimonio histórico-artístico del conjunto de los españoles, el Estado, a través del ministerio oportuno o de la consejería de la Junta de Andalucía que proceda, debería intervenir sin demora para llevar a cabo su obligada conservación, sea él directamente o bien forzando al propietario a ello.
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Nos avergüenza a todos, sin excepción, su deplorable estado. Y, más aún, que ni Gobierno ni Junta emprendan acciones inminentes —las que sean necesarias— para su apremiante rehabilitación y su protección real.
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