Los efectos de los virus del 15-M y del sanchismo en la izquierda española han sido tan devastadores que la han convertido en la principal amenaza para nuestro sistema democrático y nuestras libertades. Si alguien nos llega a decir esto hace 4 años lo ... habríamos tomado por un autentico desequilibrado, pero la realidad política y social que se está configurando en este país supone una clara disposición para la erosión masiva del ideal democrático que se traduce, lógicamente, en una mutación práctica desde los partidos a las instituciones, llamando a este período que vivimos 'etapa post-democrática', donde el consenso más o menos básico sobre qué era una democracia liberal y cuáles sus mecanismos de funcionamiento ha sido superado- es decir, roto- por una teoría populista en realidad anti-democrática de la izquierda reaccionaria en complicidad con las ideologías contra-liberales de la extrema derecha y los nacionalismos excluyentes y totalitarios.
Como expliqué hace aproximadamente un año, la moción de censura fraudulenta e ilegítima contra Rajoy ponía fin a una etapa donde las reglas no escritas pero imprescindibles sobre el funcionamiento de una democracia habían funcionado, aunque fuese a duras penas, en nuestro sistema. Es cierto que Zapatero ya intentó acabar con ese consenso de la Transición al fabricar esa idea de cordón sanitario contra el PP donde todos los partidos podrían pactar con los demás excepto con la derecha, que por entonces solo encarnaba Génova 13.
Si a esto le sumamos su deseo de ganar la Guerra Civil, impulsar un estatuto catalán antiespañol que nadie quería o establecer ciertas vías anticonstitucionales en sus conversaciones con la ETA, solo el paréntesis del gobierno de Rajoy habría evitado la voladura definitiva de los consensos informales sobre nuestra democracia… hasta la llegada de Pedro Sánchez y el sanchismo de Estado. Hemos sobrevivido a Zapatero y a Mariano, pero tengo serias dudas de que podamos salir vivos –no digamos ya ilesos– de esta maldición sanchista, liderada por un caudillo sin escrúpulos ni principios y dirigido por un director de gabinete que entiende la política como una campaña de marketing interminable donde lo importante no es gobernar a la gente sino hacerles creer que se les gobierna. Hemos pasado, en definitiva, de la necesidad de liderazgos responsables en las democracias a la promoción de caudillos televisivos en la post-democracia.
Si a esto le añadimos el 'culto a la incompetencia' del que alertaba Lindsay, tenemos como resultado 'el desastre' en el que estamos inmersos sin que la mayoría sea consciente de ello, tan feliz en su ignorancia como desdichada en el mañana que implacablemente vendrá.
Estos días ha aparecido una especie de carta-manifiesto que una serie de diputados- más bien ex diputados podría decirse- han mandado al PP para pedirles que le devuelvan a Pedro Sánchez el favor de la «abstención» que el PSOE les hizo hace algunos años. En dicha carta aparecen nombres tan sorprendentes como Antonio Hernando o Adriana Lastra, por motivos bastante diferentes pero unidos por algo llamado 'razón de partido', que en el PSOE está por encima de cualquier otra cosa, incluida la vergüenza y la dignidad. Los partidos comunistas tienen la fama de ser las organizaciones más totalitarias y sectarias que pueden encontrarse en el mundo de la política, pero a estas alturas, al menos en España, es imposible que ninguna variante comunista supere la alienación moral, intelectual y personal que afecta a los que llegan a vivir alguna vez en su vida del partido socialista.
La cuestión, en definitiva, es que en aquella ocasión en el PP se esforzaban por conseguir los apoyos de la investidura y el socialismo explotó por los aires por culpa del inolvidable 'no es no'.
Ahora, en cambio, tenemos a un caudillo postdemocrático que con solo 123 diputados quiere gobernar y comportarse como si tuviese 223. No sin la ayuda de su Rasputín comercial, encargado de orquestar esa campaña mediática e institucional desde Prisa hasta el CIS como agentes delegados para conseguir la investidura. Así, el líder postdemocrático no tiene responsabilidad alguna en su elección, porque al ser votado por 'el pueblo' no tiene nada que debatir ni negociar con los demás perdedores.
Bryce opinaba- y yo lo comparto- que ninguna forma de gobierno (sic) tenía tanta necesidad de grandes líderes como la democracia. La postdemocracia, por contraste, tiene la imperiosa necesidad vital de caudillos rodeados de verdugos voluntarios, porque ya la política no se concibe como un instrumento de gobierno, sino de administración del poder en el sentido vanidoso y mercantil. Tuvimos gobierno en funciones de la derecha y ahora de la izquierda, y tanto entonces como hoy escuchamos: «Todo va bien, todo funciona, qué necesidad hay entonces de gobierno». El plan del populismo postdemocrático es este: que la política funcione mediante algoritmos mientras se administra el disfrute del poder gracias al culto a la incompetencia y a la política del malestar.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.