Celia, 'game over'
Chapu Apaolaza
Jueves, 21 de febrero 2019, 23:43
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Chapu Apaolaza
Jueves, 21 de febrero 2019, 23:43
Pedro Sánchez ha escrito un libro, quizás con la intención de dejar en la Biblioteca Nacional el rastro de un estadista, y le va a quedar el relato de una de Esteso y Pajares. La memoria que dejamos es esquiva, se rige por extrañas corrientes ... gravitacionales y siempre termina por escurrirse como una trucha. Es improbable que me recuerden por cambiar el colchón, que es un objeto al que presto ninguna atención, pero un día me emborraché con Karl Lagerfeld. Esto no es cualquier cosa, pues me entero ahora que Lagerfeld era abstemio. Sucedió una tarde en Biarritz en una fiesta, no me pregunten cómo. Él tenía una botella de champagne en una mano y un libro sobre arte en la otra, giraba sobre sí mismo, y pasaba las páginas mientras gritaba a los cuatro vientos de aquel amplio salón de la alta burquesía de la Cote Basque: «Me pone Picasso». Mientras tanto, yo bailaba pasodobles 'agarrao' con una princesa monegasca.
Con qué caprichosos alfileres se prenden en el recuerdo las biografías de las personas. Villalobos juraba que el episodio del Candy Crush –cuando le sorprendieron echando la partidita durante el Debate Sobre el Estado de la Nación– era algo olvidado y en los años siguientes solamente una persona se lo había recordado, además de mí, claro. En el momento en el que ayer dejó la política, el Candy Crush se hizo tendencia en Twitter.
Su vida resulta estable y al mismo tiempo azarosa, pues vivió de la flor de ser un verso suelto y en realidad fue una política del aparato. Dicen que la diputada que asentó sus principios en el Hemiciclo desde 1986 duró mucho en este negocio porque supo jugar bien sus cartas. Al final, cayó el día en que cayó Teófila Martínez, otra representante de aquel 'dream team' de melena de José María Aznar en el que jugaban Isabel Tocino, Rita Barberá o Loyola de Palacio, mujeres a las que el tiempo y la fortuna trataron de manera desigual.
Cuando empezaron a sonarle las campanillas por un problema en las listas de Málaga, la entrevisté en su despacho. Se sentó en la butaca y cavó entre nosotros la trinchera de su mesa. Se sirvió agua y mandó a la becaria que nos acompañaba a la mesa de atrás. Eso en en una entrevista consiste en una declaración de guerra. Me miraba inexpugnable, sonriente, tirante, estática, como un gecko. No se arrepentía «de nada». ¿Ni siquiera de aquella partida de Candy Crush en la presidencia del Congreso? «Jugaré a lo que me dé la gana», me espetó. Y preguntó «Usted me está examinando?». Por supuesto que la estaba examinando, señora; me pagaban por ello.
Resultó tan dulce la entrevista. Después del encuentro acompañé a la becaria a buscar en el techo del Hemiciclo los agujeros blancos de los disparos de tejero. Ella confesó que estaba temblando por el tono con el que terminó la charla y preguntó si este trabajo siempre era así. Creo que dejó el periodismo.
Pensé en Villalobos ayer, a la hora en la que cayó la diputada del Candy Crush, en el momento en el aire tibio redujo su tránsito como si fuera a saludar. Entonces, entre colchones y biografías, recordé cuando en la Universidad de Salamanca dijo Fray Luis de León: «Celia, 'game over'».
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