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Los hechos van por un lado, las apariencias, por otro. Para los primeros se acabaron los circunloquios y los rodeos. Ni siquiera valen ya los eufemismos, que en el idioma es esa manera elegante que se inventó para definir como mujer de vida disoluta a ... la que viene siendo una mujer de vida disoluta... desorejada. En una maniobra de genio estratégico sin parangón desde los tiempos de Torcuato Fernández Miranda o el Dioni, el flamante presidente del gobierno ha decidido desjudicializar la vida política de nuestro país, uno de los ejes de su discurso, por la vía de politizar la justicia a todo meter. Primero ha nombrado a Dolores, llámame Lola, Delgado como Fiscal General del Estado, y a continuación ha bendecido con el silencio la diatriba de su vicepresidente contra los jueces, esos enemigos del Pueblo que en lugar de defender a la Gente solo siguen los dictados de la Casta y, en concreto, las instrucciones del PP o, lo que es lo mismo, de Franco desde Mingorrubio.
El nuevo Gobierno se propone impugnar la división de poderes y concentrar en uno solo los tres, una ambición que comparte con todos los gobiernos que le han precedido y todos los que vendrán, pero con la diferencia de que este lo hace de manera abierta, explícita y grosera, tensando las cuerdas y sometiendo al sistema a una presión que puede hacerlo estallar o, cuando menos, debilitarlo hasta extremos preocupantes. Manca finezza, que diría Andreotti. El pulso que el Gobierno le quiere echar a los jueces gotea ya a diario. Ayer, mientras los tribunales anulaban un paquete de seis embajadas que la Generalitat abrió en 2018, Pedro Sánchez se apresuró a abrir otras tres. El bipartito ha prometido apartarse de la «deriva judicial» a la que aludió el presidente en su investidura, aunque no ha explicado el significado del verbo desjudicializar. ¿Acaso se van a dejar de perseguir determinados delitos en función de si sus autores pertenecen o no a los partidos que sostienen al Gobierno? Si yo le cruzo la cara a mi vecino y este me denuncia, ¿no estará incurriendo en una deleznable judicialización de la convivencia en el barrio?
Con todo, mi mayor preocupación radica en si la futura labor de la ministra de Igualdad merecerá encuadrarse en el género del esperpento o en el de la astracanada. Y es una duda jodida, no crean. Por ahora, sin tiempo aún para enjuiciar sus políticas, solo cabe analizar sus nombramientos ministeriales. El de la directora de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico-Racial tiene su miga. La elegida en primer lugar no se consideraba suficientemente 'racializada' y ella misma ha dimitido en un gesto que le honra. Demasiado blanca. Igual si la elección se produce en agosto y la interfecta se pasa una semana tostándose en Calahonda, ya sí hubiese dado el nivel. Cuestión de calendario. Parece imprescindible que los puestos de 'responsabilidad' los ocupen personas muy vinculadas a cada sector de 'responsabilidad'. Así, resulta conveniente que la vicepresidencia para el Reto Demográfico la asuma Teresa Rivero, viuda de Ruiz Mateos, o que Sergio Ramos se haga con la cartera de Defensa, a lo Panenka. Y en Granada, que Emucesa la dirija un muerto. Racializado. ¡Hala, a los chiringuitos!
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