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José María Guadalupe
La chumbera de papel

La chumbera de papel

Un repaso a los recuerdos del autor por el día de Todos los Santos en los que saltan entre las líneas personajes ilustres como Juan Ramón Jiménez, Rafael Guillén, Lola Flores, El Fandi, Paco Rabal, Alberto Campo Baeza o Gabriel García Márquez

Tico Medina

Granada

Domingo, 3 de noviembre 2019, 11:47

Por que la vida es así. A ver si no. Por lo pronto, tan nuestra. Porque tiene pinchos, como la existencia misma. Pero también presume de flores, que las tiene. Como las rosas, como las cosas, incluso como las fosas de las que tanto se habla y sobre todo en Granada. Tengan en cuenta que este fin de semana es el día de los que se han ido, porque además, y esto es lo más importante, porque da fruto. ¡Y qué fruto mis paisanos!

Nada más rico que un higo chumbo, eso sí, pelado.Aunque si se te va la mano ya sabes, y no vas al excusado, o sea al retrete, por el estreñimiento, ya sabes. Lo mejor, más que llamar al médico, a quien tienes que avisar es a un fontanero. Y a lo que voy. Melancolía al escuchar, cuando eras niño, casi al amanecer, que venía 'eltíodeloshigoschumbos', así todo junto, generalmente gitano, con su caldero de latón, que ahora es objeto de culto, y su caña de rayar los frutos, incluso a veces, pero pocas, con la botella de aguardiente de Rute en el lomo del burro lleno de flecos, de aquellos burros de entonces, ajaezados, preciosos, que darían envidia, es un decir, al mismísimo Platero de Juan Ramón Jiménez, al que yo vi agonizar en la clínica de Puerto Rico, como ya he contado miles de veces.

Gloria a los chumbos. De paso, un saludo a la cueva de la Chumbera, en homenaje a esa fruta tan nuestra con el aviso de hace poco, de que se nos están asfixiando, quemando, por el olvido más que por otra cosa. Y más aún, que la chumbera es una planta decorativa, tanto que está incluso en la bandera de México, si bien llamándose el nopal, que es otra cosa, y que da un fruto casi igual pero de sabor distinto, con un punto de mexcal, que ya saben lo que dijo el sabio Ortega, no el torero, si no el filósofo, cuando escribió: «El hombre es el hombre y su circunstancia».

O sea. Lo que le rodea en ese instante, y que además, y es a lo que voy, por si fuera poco, en su humildad inmensa, además de espinas, de flores, de la olor incluso. Porque la olor es femenina, como el agua. Que debía decirse la agua, como el mar debía hablarse como la mar. En fin, aquí sale el académico, aunque ejerza más bien poco.

Bueno, pues la chumbera, y además, el bichito ese de la cochinilla, que es un insecto imperial, ya que de su sangre se extraía, ni más ni menos que el rojo intenso con el que se teñían las capas de los reyes solo usadas en el momento de su coronación… O sea, loa a la chumbera, aunque ya he visto que en las jornadas últimas de nuestros chefs de IDEAL, que ahora casi todo el mundo copia, y ya ven ustedes el refrán:« El que la copia la caga».

Bueno, pues que yo hago defensa de la chumbera, que además de decorativa es poética, que hasta el maestro Rafael Guillén, que dice que ha escrito sus últimos poemas, cosa insisto que no me creo, porque lo que escribe un poeta, un poetazo como él, le continúa después del adiós y en tanto se lea un poema que el poeta haya escrito.

Elogio de la chumbera

O sea. Que reivindico que la chumbera sea declarada ahora mismo patrimonio natural. Y como granadino que soy, que este año se consuma en Navidad el polvorón de higo chumbo, el turrón de igual sabor, incluso el anís de flor y espina, y que se reúnan en un libro todos los cantes y los poemas con su argumento.

Lo dicho. Apoteosis de la chumbera, ya que insisto que se trata de la metáfora en carne verde misma, de la vida, espinas. Insisto, flores pequeñas y fuertes:

Que cuando yo me muera

Enterradme con mis papeles

Al pie de alguna chumbera.

Con permiso del poeta, que lo escribió de otra forma.

Así que a ver si no, nuestra chumbera de papel, no tiene lo mismo, o quiero intentarlo, que este cante-canto a ese paisaje inolvidable, que como tantas otras veces se nos va muriendo poco a poco…

Alegría para empezar, que venimos del día del crisantemo, funeral por el premio concedido por la Europa, más difícil, a nuestra Alhambra, por su tarea constante de buena conservación. Por esa lona, que desde hace unos días la hermosa fachada del hospital de San Juan de Dios, que el otro día le pregunté en el Palacio de Carlos V a un hermano que vino a darme un abrazo:

–Me pregunta usted que si yo sé de San Juan de Dios. Mire hermano, me acuerdo muchísimo de él, por no decirle que todos los días del año, y que lo tengo cerca en su estampa, bajando las escaleras del dolor a un enfermo desahuciado. Permítame que le pregunte. ¿Sabe usted en lo que se han metido para restaurar ese enorme monumento en el que yo iba a veces a ver a mi padre, militar y herido?. Eso cuesta mucho dinero.

Y él me respondió, sonriente, esperanzado.

–No se preocupe usted don Escolástico, que ya sabremos salir adelante, hay que creer en eso que se llama el milagro diario.

El milagro diario

El milagro diario, que es el de la esperanza, como por favor, a quien corresponda, que hay que pagar lo que se deba a los bomberos y a los policías, que se juegan la vida por nosotros cada día y a cada hora. Sería una buena cosa que con motivo de la inmediata Navidad, como un regalo de Reyes Magos.

Y satisfacción al saber que el premio a la mejor tapa se la han dado, eso sí en Madrid, a un pincho de tortilla del Sacromonte. Permítanme esta nostalgia, cierro los ojos, recuerdo… ¡Taberna de Los Manueles! Y ese suspiro inmediato, ¡Granada ay mi Granada! Leo en este minuto de efemérides, la melancolía escrita, de felicitar a la cerveza de la Alhambra a la que un día pregoné, y que forma parte de las joyas de la corona de nuestra tierra y su gente. ¡Noventa años y mejor que nunca!

El casino de Monachil, que veo, leo, en IDEAL, que ya ha abierto sus puertas. A mí me parece bien, entre otras razones, porque yo no juego nunca, y eso que a veces tenía que acompañar a Lola Flores cuando escribía sus memorias, que se jugaba hasta la quinta pestaña. Yo nunca fui un adicto. Las cosas como son. Me quedé en la brisca, sobre el tapete de lana de mi casa de la Magdalena, que veo que esta noche de las brujas pasada, ha echado, eso leo, la casa por la ventana.

Al parchís, y de oca a oca y tiro por que me toca, estuve a punto de trabajar en el guion de la película del genio Manolo Sumers, que hace ahora no sé cuántos años que se nos fue. Eso sí, que sigo, cómo no, me gustan las buenas noticias del Granada Club de Fútbol, del que tengo su camiseta especial, y que durante algún tiempo ha estado ahí, arriba de la tabla, mandando, luchando, queriendo ser el mejor, me-re-cién-do-lo incluso. Granada. Granada. Ra-ra-rá.

Leo como siempre con mucha gana la crónica de Rafael Vílchez en la que cuenta del viejo castaño de Pórtugos, al que espero abrazar muy pronto. A ver si se me pega algo de Aben Humeya, al que tanto admiro, porque dentro de poco, el alcalde me ha invitado creo que a dar el pregón de las fiestas. Me gusta, no puedo remediarlo, ver el nombre de Granada estos días, en este tiempo de elecciones. Uno que me llama por teléfono, me comunica en voz baja:

–Créeme paisano, y no es malafollá la mía, pero lo que a mí me gustaría no sabes cuánto es que fuera, mejor, tiempo de erecciones, ya que tengo más o menos la misma edad que tú tienes, que ya perteneces al ministerio que hizo Franco después de la guerra y que le puso el nombre de Ministerio de Regiones Devastadas.

Los grandes cronistas

Siempre en una larga crónica como la mía, un toque de talante y de talento no viene mal. Me lo recomendó en su día mi buen amigo Gabriel García Márquez, del que hablo tanto y con el que hablábamos que el plomo de la crónica siempre hay que partirlo en la página o con diálogo corto o con una gracia.

O con César González Ruano, que me dedicó el libro suyo, 'A todo el mundo no le gusta el amarillo'. Y eso que no había empezado el tema de Cataluña, y me dio una clave de su éxito en el oficio. La crónica hay que terminarla siempre de dos maneras. Primero en el transcurso de la página, con una media verónica; y al final, eso sí, de una estocada valiente y fulminante.

Ytambién El Fandi. Felicidades maestro, no sé cuántos años a pie de obra, valiente, constante, humilde, rey de las banderillas, granaíno hasta la medula.

Eso sí, ¿cómo olvidar el numero de los 374 granadinos, enterrados, siempre recordados, que se asegura hay en el Valle de los Caídos. El padre de Paco Rabal, al que llegué a conocer en Águilas, me confesó un día en aquella esquina de taberna donde me lo presentó su hijo:«Yo que trabajé de preso de guerra muchos días abriendo sobre todo el agujero de la cueva, recuerdo que había conmigo en la tarea más de un granadino de tu tierra».

La cueva de la memoria. Pero quiero terminar con el mejor sabor de este paisaje de paisanaje nuestro. La alegría de saber que le han dado el premio al mejor arquitecto del año Alberto Campo Baeza, que soñó una Granada futura, que empezó a levantar en su día, como el cubo inolvidable, tan cerca de ese parque que aun llevando mi nombre es vuestro y solo vuestro, granadinos de mi alma. Y ya esta aquí el otoño, dios nos coja confesados. Por la parte que me toca.

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