El pasado jueves, cuando el árbitro lanzó la bola al aire para dar comienzo a la Copa del Rey y el público rugió en las gradas, se me llenaron los ojos de lágrimas. Estar de nuevo en un Palacio de los Deportes abarrotado, junto a ... mi hermano, para disfrutar del torneo baloncestístico que más me gusta… joder. ¿Y si no hubiera vuelto a pasar? Por la covid, por Granada, por nosotros mismos.

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En momentos así, cuando vuelves a tener sensaciones poderosas del pasado prepandémico, cobras conciencia de todo lo que hemos perdido en estos dos años de miedo, aislamiento, distancia social, soledad y confinamiento físico y mental. Y entonces das gracias por volver a estar ahí. Torrente de emociones. Subidón total.

Me volvió a pasar viendo la final de la MiniCopa, durante la presentación de esos chaveas que, en unos años, saltarán a los titulares de la prensa deportiva. ¿Cómo habría sido su futuro sin las vacunas, si solo hubiéramos tenido el aislamiento como herramienta de lucha contra la pandemia?

O las plazas llenas de gente, ocupadas por las charangas y las aficiones, con la Fan Zone a reventar de gente, disfrutando del deporte y la diversión. Calor y color, música y deporte. Vino y cerveza. Dio gusto ser de Granada y estar en Granada durante los pasados cuatro días. Ver las redes sociales repletas de selfis con los jugadores, los de ahora y los de antes, que menuda nómina de leyendas pasó por el Palacio de Deportes. Tremendo chute de adrenalina y autoestima que tan buena falta nos hace. Y de dinero: la gente que compra un abono para el baloncesto, viene a gastar, además de a divertirse. Vamos camino de una primavera que se presume espectacular. Granada necesita de grandes eventos como la Copa del Rey que llenen los hoteles de la ciudad con gente dispuesta a dejarse el parné. Volveremos sobre ello. Y sobre el ranking de las ciudades culturales. Pero hoy, disfrutemos de la resaca de unos días inolvidables que nos devolvieron a un pasado cargado de futuro.

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