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El telescopio James Webb acaba de transmitir unas imágenes prodigiosas de espacios siderales, profundos, nunca antes observados gracias a una tecnología no empleada anteriormente.
Hay, ... además de las imágenes, una novedad radical cuya reproducción ha sido posible gracias a otra novedad radical. Entre el instrumento y el firmamento que ha sido puesto visualmente a nuestro alcance, estamos nosotros los espectadores, empezando por los ingenieros de la NASA y sumándose a ellos, todos los hombres y mujeres del mundo mundial.
El hecho es impactante y nos permite reflexionar sin grandes especulaciones.
Por de pronto, desde la más remota antigüedad, los humanos tuvieron a su alcance el cielo que aun llamamos firmamento porque se creía, entonces que las estrellas del fondo eran fijas.
La astronomía y la astrología, son un intento de interpretar los sucesos humanos, apoyándose en las conjunciones de las constelaciones y su valor simbólico, tal como vemos en el zodiaco. Son tan antiguas como el mismo hombre.
Lo que ahora tenemos son unas fotos ampliadas que nos permiten ver lo que ya habíamos visto a escala minimalista y lo que, por la potencia del telescopio, ahora vemos lo que nunca habíamos visto.
La potencia de la imagen y su resolución, nos hacen llegar registros que muestran el estado del cielo hace millones de años luz, en la búsqueda del momento inicial del Universo en el Big Bang.
Al filósofo de la ciencia se le ocurre pensar que esas estrellas, esos planetas y exoplanetas, esas nebulosas y esos gigantescos huracanes que debe producir la traslación de esas masas en sus respectivas órbitas, siguen un reglamento preciso. Tienen un «reglamento» preciso. Todo lo que existe vivo o muerto sigue unas normas. Cuando no las conocemos o los elementos son innumerables, decimos que se mueven por azar.
Sabemos que el cielo está ahí fuera de nosotros y que nuestros telescopios son unas gafas de aumento con dispositivos de fotografía y luz que saben utilizar los ingenieros, pero también es cierto que los astrofísicos y demás espectadores somos personas de verdad como también son de verdad las estrellas y los telescopios.
Nadie va a dudar de todo esto.
Einstein parece que le dijo a su hermana cuando le hicieron un homenaje multitudinario en Japón: «Me siento como un estafador al que la policía va a detener pronto».
Ese sentimiento honrado revela que el gran físico sabía distinguir entre las leyes que él descubrió y su propia mente.
Las leyes funcionan desde el Big Ban pero Einstein no las reconoció, hasta 1905.
Todo funcionaba admirablemente según ecuaciones que dirigen las estrellas, pero qué éstas ignoran. Sus masas enormes, sus velocidades vertiginosas, raramente colapsan y, en general, no se dan atascos.
El astrofísico o el mismo lector puede admitir que las cosas no son personas y las ecuaciones tampoco pero que no se «fabrican» ecuaciones sin personas.
Las ecuaciones según las cuales se mueven las estrellas y nosotros mismos, sólo puede haberlas pensado una Mente prodigiosa.
Al final de su «Crítica de la razón práctica» Kant exclama: «Hay dos cosas que me estremecen: el cielo estrellado encima de mí y la ley moral dentro de mí». Era un honesto ilustrado que dio el salto desde el mundo de los fenómenos al yo transcendental que los hace posibles.
No es un yo experimental sino la condición de todo experimento.
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