El próximo abril se cumplirán 200 años de la segunda intervención militar francesa en la España del siglo XIX, mucho más ignorada que la primera, ... la de las tropas napoleónicas en 1808, pero que, durante décadas, ha sido recordada sobre todo por una novela galdosiana, 'Los Cien Mil Hijos de San Luis', perteneciente a la segunda serie de los Episodios Nacionales.
La situación política española, único país del continente europeo con un sistema de monarquía constitucional, donde la Carta Magna limitaba los poderes del monarca (que no obstante, seguía controlando el Gobierno y nombrando y cesando los ministros con independencia de las Cortes y que además tenía derecho de veto respecto a las decisiones y leyes que de ellas emanasen) desde el pronunciamiento militar liberal de 1820, había inquietado a las grandes potencias reaccionarias de la Santa Alianza, formada por Austria, Rusia, Prusia y Francia, intranquilidad acrecentada además por las reiteradas y secretas peticiones de auxilio del rey español, Fernando VII. Reunidos en el congreso de Verona, en diciembre de 1822, los representantes de este pacto contra-revolucionario y anti-liberal comisionan al soberano francés, Luis XVIII, para enviar una expedición que intervenga en nuestro país a fin de reponer a Fernando VII en lo que ellos llaman «gobierno paternal de sus pueblos», es decir, poder regio sin más límites que, y solo en teoría, la Ley de Dios.
Luis XVIII prepara un poderoso ejército, bajo el mando del duque de Angulema, compuesto por casi cien mil soldados, el cual, en consonancia con la idea pseudo-religiosa del absolutismo monárquico, recibirá el pomposo nombre de 'Los Cien Mil Hijos de San Luis', en recuerdo y memoria de aquel santo rey de la Francia medieval que dirigió dos cruzadas. Estas tropas atraviesan nuestro país casi sin resistencia y además son auxiliadas por milicias realistas españolas, llegan hasta Cádiz, último, y casi único, foco de resistencia, consiguen la victoria en la batalla del Trocadero (que hoy da nombre a una de las más bellas plazas de París y mirador frente a la Torre Eiffel), y restablecen la autoridad absoluta de Fernando VII, que anula la Constitución y comienza una feroz represión contra los elementos liberales.
Nuestra actual provincia de Granada fue una de las pocas áreas de la Península donde quienes defendían el régimen liberal presentaron un tímido atisbo de resistencia contra los franceses. Lideraba esta lucha el general Rafael de Riego, el mismo que, tres años antes y siendo teniente coronel, había encabezado un pronunciamiento militar en Cabezas de San Juan, como consecuencia del cual Fernando VII se había visto obligado a jurar la 'Pepa', esto es, la Constitución de Cádiz, promulgada en 1812. Pero Riego terminó abandonado por casi todos y fue apresado por los franceses en territorio de lo que hoy es la provincia de Jaén. La madrileña Plaza de la Cebada sería testigo, tiempo después, de su ahorcamiento y posterior decapitación del cadáver, en lo que pretendió ser un castigo ejemplar, severa y aleccionadora advertencia para todo aquel que pudiera atreverse en el futuro a desafiar la autoridad real.
La Santa Alianza había conseguido que el Terror Blanco, entonces color simbólico de la autocracia, dominase Europa. Una época llamada de la Restauración, porque, vencida la Revolución Francesa y derrotado el liberalismo, emperadores y reyes, incluido ahora también el de España, habían sido repuestos en sus tronos absolutos. Y como mucho después el Terror Pardo durante los años 30 y 40 del siglo XX, cuando la Bestia Nazi se enseñoreaba del Continente, entonces el Terror Blanco presidió una época de brutal represión, cárceles inmundas atestadas de inocentes, acusaciones infundadas, procesos judiciales delirantes, condenas severísimas, fusilamientos, horcas…; una etapa histórica que, de forma magistral, bosquejó Alejandro Dumas en su celebérrima novela El Conde de Montecristo.
En nuestro país y en nuestra ciudad, creo que podemos encontrar un ejemplo meridiano, todavía hoy vivo e hiriente, de lo que representaron la Restauración, la Santa Alianza y el despótico gobierno del llamado 'Rey felón', a un tiempo tan prepotente y traicionero, de donde aquel ominoso apodo, Fernando VII. Como ahora sospecha quien tiene la benevolencia de leerme, sobre todo si ha nacido o vive en nuestra bella ciudad de la Alhambra, éste no es otro que el inicuo proceso y la infame ejecución de Mariana Pineda, ajusticiada, a sus tan jóvenes 26 años, mediante garrote vil en el Campo del Triunfo el 26 de mayo de 1831. Con cierta similitud a la tragedia de Federico García Lorca en 1936, parece que, en la dramática muerte de la heroína granadina, símbolo máximo de la Libertad y mártir frente a la tiranía, determinadas circunstancias personales acabaron en un añadido a la acusación política para llegar hasta el extremo de su ejecución o, con mayor propiedad, su asesinato. Y ello lo hace, si cabe, aún más cruel, vesánico y aborrecible.
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