Cita en el Llano de la Perdiz

No se me han ido las cabras al monte, ni me he transmutado en Andrés Cárdenas, ni he sido abducido por los crípticos conocimientos médicos del ministro Illa. No es eso. Ocurre que tenía pensado ir a mi tierra a visitar al Nazareno de Roa y meterme un cuarto de cordero entre pecho y espalda, como es de obligado cumplimiento en el verano, pero la Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León, al decretar el cierre de Aranda de Duero, me ha chafado el viaje, ya que es esta localidad la que habitualmente me acoge. No podré, por tanto cumplir con la santa tradición en la catedral del cordero asado, ni acercarme hasta la bodega del Chiscas, en La Horra, para reponer los divinos caldos de Fuentenarro, cuya última botella me bebí ayer.

Como nadie ha explicado de qué va esta incoherencia de taparte la boca cuando caminas por una calle solitaria y destaparte cuando estás en el bar; como es incomprensible que quien va corriendo y expandiendo sudor y saliva alrededor tenga bula para prescindir del tapabocas, mientras el probo ciudadano va amordazado; como lo de las mascarillas para pasear por la playa suena a coña marinera; como pasa todo eso y más cosas que no sabemos, he decidido integrarme en el creciente rebaño de los escépticos. Obedezco y llevo la mascarilla, pero convencido de que estoy haciendo el gilipuertas. En definitiva, que estoy pensando cambiar el viaje al Duero por la subida al Llano de la Perdiz, con mascarilla, para observar las lágrimas de San Lorenzo y ver si el santo de la parrilla las derrama al vernos sufrir la errática política de este gobierno mendaz, que ya ha superado al del funesto ZP. Dice Sánchez que «todo responsable público debe rendir cuentas de su conducta». No pierdo la esperanza de que, al menos en esto, cumpla su palabra.