Ciudadano Político Anguita
Señaló que las situaciones no las cambian las fuerzas políticas y dirigió su dialéctica hacia los supuestos apolíticos, los que se callan o los que pasan
antonio segovia ganivet
Martes, 26 de mayo 2020, 02:51
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antonio segovia ganivet
Martes, 26 de mayo 2020, 02:51
Los días que llevamos recordando a Anguita en los medios nos indican que hemos despedido al hombre, al ciudadano comprometido más allá de su participación política, independientemente del partido que representaba. A nivel general, posiblemente, nunca se habló tan bien de un político que profesaba ... una ideología que ha generado tanta controversia. Curtido con la realidad que da la experiencia de la política diaria y cercana en las alcaldías de las ciudades, dio el gran salto adelante al convertirse en coordinador general de uno de los partidos que más habían luchado por sobrevivir políticamente a lo largo de su historia, y que se había convertido por mérito propio y ajeno en el gran azote del franquismo. Ser cabeza visible de una formación política que tenía todo en su contra en un momento histórico en el que el comunismo había sido prácticamente excomulgado como ideología y como modelo socioeconómico por la desintegración de la Unión Soviética, parecía asignarle la calificación de profeta en el desierto. Unido esto a la desmembración interna del otrora partido hegemónico del antifranquismo, y a la tendencia a la división endémica de la izquierda que representaba, Anguita recuperó el pulso político de una formación condenada a la eterna lucha por la supervivencia. Quizás sus más abnegados seguidores valoran ahora que Anguita apareciese en el momento del agotamiento de la época moralmente buena como un político coherente fiel a sus principios e ideas en tiempos neoliberales, enfrentado a un espacio y un tiempo repletos de adversidades para un comunista. Reflotó e impulsó a IU logrando unos resultados parecidos a los de finales de la década de los setenta. A pesar de esto, muchos lo escucharon pero no le votaron.
Criticó el camino que se había recorrido para alcanzar una democracia que a esas alturas aparecía casi perfecta, la utilización de los medios de comunicación con fines políticos o la propensión de los cargos públicos de ponerse al servicio de los intereses económicos. También hizo gala de un profundo pensamiento republicano criticando duramente la monarquía. Pero el espacio político donde más enfatizó su crítica era precisamente el que más herida causaba en ese momento, el de la corrupción. Además de reclamar sin pudor que el verdadero adversario de la democracia eran los que por detrás ordenaban al gobierno. Los problemas de salud y la muerte de su hijo lo retiraron de primera línea política, momento en el que precisamente empieza a consolidarse su figura y la concepción poética y profética de su discurso. A partir de ese momento no dejó de estar presente en el debate público hasta su muerte.
Su vuelta como ciudadano comprometido es lo que explica la democratización de las coplas a la muerte del califa rojo. El discurso de futuro que sostuvo para encaminar a la sociedad hacia un horizonte más esperanzador es lo que captó la atención de la opinión pública. Algunos que en su día no lo entendieron, vieron con el tiempo que Anguita se anticipó a algunas cuestiones que nos continúan atravesando. Ahí radica que numerosos jóvenes lo recuerdan ya como referente, y lo siguieron con devoción tras su retirada de primera línea incluso no viviendo su tiempo electoral o político en edad de decidir. Su compromiso como ciudadano nos hizo recordar sistemáticamente que siempre quedaban cosas pendientes por hacer. La crítica dirigida a los más poderosos lo convirtió en una suerte de notario de la realidad con un discurso a contracorriente que volvió a captar la atención ciudadana. Muchos lo escucharon de nuevo a pesar de que nunca le votaron.
Si bien desde su tribuna política había destacado por trasmitir que la esencia del socialismo era hacer una democracia más fuerte apoyada fielmente en la Constitución utilizando una pedagogía política muy diferente a sus adversarios del momento, desde su tribuna ciudadana socializaba ese saber añadiendo cuestiones morales a sus discursos con implicaciones políticas, económicas y sociales. Recurrió a la historia para explicar el porqué de las cosas añadiendo a su dialéctica política buenas dosis de didáctica y pedagogía para rechazar la idea de que la competitividad y el mercado no son los agentes rectores de la sociedad. Su discurso no era una adenda radical al ecosistema neoliberal imperante como creyeron algunos, lo que promulgaba era la necesidad de un reordenamiento de la política individual para poder replantearse la colectiva, vinculando vida cotidiana, actividad ética y dialéctica política, convirtiendo su militancia política y su ser ciudadano crítico en un estilo de vida. En ese sentido volvió a la lógica de recoger el espíritu de sacrificio y el empeño de conseguir un futuro mejor asociado a la moral con la trasmisión del ejemplo. Si su trayectoria personal era su credencial política como ciudadano comprometido, su faceta de hombre público le dotó del sistema de significados que articulaban su visión de la realidad y el de su proyección poliédrica a la vida pública, demostrando que su lenguaje y el de la izquierda que defendía estaba forjado en el estudio, ratificando todos sus argumentos.
Fue esta proyección de ciudadano a contracorriente la que más atracción provocó. Señaló que las situaciones no las cambian las fuerzas políticas y dirigió su dialéctica hacia los supuestos apolíticos, los que se callan con lo que se calla o los que pasan de política porque creen que todos los políticos son iguales. Intentaba que las personas no fueran neutralizadas como ciudadanos, llamando la atención sobre esa fiel infantería del sistema, según Anguita, que son los colectivos sobre los que se montan las dictaduras y la corrupción. Su intención como ciudadano político fue persuadir antes que agradar.
Si una de las cualidades de un buen político es saber anticiparse al futuro, Anguita lo estaba haciendo desde la década de los noventa. Muchos lo escucharon pero no lo votaron y después como ciudadano traspasó su dimensión social más allá de su fuerza política poniendo por delante al hombre y su ética. Sectores e individuos diversos han recordado con más o menos admiración la trayectoria política y personal de un comunista que siempre tuvo como objetivo «un mundo que ganar». Muchos de los que no le votaron nunca y lo escucharon siempre lo han despedido y lo recordaran con respeto y admiración.
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