«Más vale un gramo de cordura que arrobas de sutileza» (Baltasar Gracián).
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En su momento habrá que poner el foco sobre las múltiples secuelas de la pandemia que han quedado relegadas a un segundo plano. Hay un colectivo bastante numeroso que padece síntomas diversos ... mucho tiempo después y habrá que averiguar su etiología. Pero hay un factor que nos afecta prácticamente a todos y dejará una impronta bastante duradera. Se trata del impacto psicológico que con una u otra intensidad altera nuestras vidas. Nuestro entorno afectivo se ha visto dañado. Familiares y amigos sólo son accesibles por videoconferencias o llamadas telefónicas. Nos falta su presencia física y el compartir esos momentos de alborozo que tanto nos tonifican.
En ese contexto el desánimo se contagia con suma facilidad por medio de la infodemia. Algunos medios de comunicación –no la mayoría, por fortuna– parecen haberse convertido en fábricas de noticias. Más que vehicular las informaciones, se diría que tienden a producirlas al modo en que ciertos políticos generan problemas en lugar de solucionar los ya existentes y se aferran al sensacionalismo para conseguir un mayor impacto y ganar audiencia a toda costa.
El alarmismo que se ha generado sobre las vacunas es una muestra significativa. Se nos ha pedido una confianza que tenemos porque confiamos en los criterios médicos y el fundado asesoramiento de los expertos, mientras quienes toman las decisiones en el proceso de vacunación titubean, como si ellos no se fiaran del todo. Hay que asumir un riesgo muy improbable para vacunarnos todos cuanto antes y sería aconsejable fijar criterios comunes por doquier.
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¿Qué aporta entrevistar a Miguel Bosé? Denunciar sus contradicciones con las cautelas de la pandemia no erosiona ningún negacionismo, sino que simplemente pone de manifiesto un trastorno mental que resulta inapropiado exhibir aun cuando se cuente con su consentimiento. Cierta clase de periodismo necesita revisar sus códigos deontológicos. ¿No sería preferible trasladar las noticias halagüeñas que también tienen lugar? No se trata de edulcorar la realidad. Basta con no destacar los aspectos más sórdidos y dramáticos.
A los medios de comunicación les corresponde filtrar las necedades e identificar lo sustancioso. Con ello se lograría modular los discursos. Si no circulara la estulticia, esta moriría de inanición. Cuando a Trump le cerraron su cuenta de Twitter y se quedó sin su altavoz mediático dejó de contagiar a millones de seguidores su psicopatología política.
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Contaminar los manantiales informativos disemina la crispación y una polarización que impide alcanzar consensos a través de un diálogo sereno donde cada cual pueda matizar cuando considere oportuno sin descalificar al interlocutor como si fuese un enemigo a batir. Si no se abre paso una mínima cordura, seguiremos nadando en las procelosas aguas de una infodemia, cuyos virus resultan socialmente muy perniciosos al inocular un sectarismo que nos impide comunicarnos y deteriora la convivencia.
Todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en la expansión del virus infodémico. Los destinatarios, por no saber discriminar lo que se nos cuenta. Pero es mucho mayor la de quienes emiten hueros eslóganes efectistas. Y tampoco es menor la de los intermediarios que apuestan por el sensacionalismo sin reparar en las consecuencias de su proceder.
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Algo no debe de marchar bien cuando todos nos aconsejamos dejar de frecuentar los informativos para cuidar nuestro equilibrio emocional. Cuando vas a vacunarte con AstraZeneca en estos días, te recomiendan tomar algún paracetamol y también abstenerte de atender algunos programas. Si este ayuno parece tan recomendable convendría preguntarse por qué.
La dieta informativa impacta en las emociones colectivas tanto como los alimentos pueden llegar a estabilizar o desequilibrar nuestra macrobiota intestinal, tan decisiva para la buena marcha de nuestro organismo, incluyendo el sistema neuronal del cerebro. No cuidarla puede propiciar graves disfunciones de índole social, como revela el auge de los fenómenos populistas.
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Sería deseable que quienes pueblan las cocinas informativas nos brindaran unos menús muchos más saludables, aunque hubieran de ser menos nocivos, picantes e indigestos. Los comensales lo agradecerían y los proveedores tendrían que adaptar sus ofertas. Sin esta profilaxis difícilmente podremos afrontar los grandes desafíos con que nos enfrentarnos, como la crisis sanitaria, el cambio climático, las desigualdades estructurales o una insostenible precariedad laboral. Una dieta informativa menos tóxica redundaría en una mayor cordura social y facilitaría que la política oriente su rumbo guiada por una brújula ética.
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