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¿No bastaba con el dolor instalado en el alma, rumiando a todas horas como insaciable polilla devoradora? ¿No era suficiente el río diario de lágrimas junto a un estómago encogido rechazando el alimento? ¿No eran creíbles las punzadas del silencio o la voz baja ... para no empañar la memoria del fallecido? ¿Era forzoso certificar públicamente que el desconsuelo permanecía en lo más hondo y controlar la débil sonrisa para impedir que se convirtiera en atisbo de risa que humillara el recuerdo enlutado?
Con la 'Pragmática de Luto y Cera' aprobada por los Reyes Católicos retornaba a España el luto negro, derogándose el blanco que, por decreto del Imperio en el siglo II, había sido establecido a la vez que se abolía el luto negro de la Antigua Roma. Así, un nuevo luto oficial se inauguró en España con la muerte del príncipe Juan en 1497. 'Triste España sin ventura', extraordinaria composición de Juan del Encina, será fiel reflejo del ambiente luctuoso de aquella época. La decisión real fue reforzada con el riguroso negro de Ana de Bretaña en el funeral de su esposo Carlos VIII de Francia en 1498.
El coronavirus, drama y tragedia, está uniendo a los españoles que vuelan por encima de miserias políticas, de intereses no precisamente sociales, y observan reacciones desiguales en la tempestad que sufre España. Frente a los cargos de conciencia de médicos que sienten impotencia al no poder sujetar las vidas que se les escapan, y la actitud de tantos ciudadanos que con gran riesgo arriman su hombro con solidaridad ejemplar, una frivolidad incomprensible se jacta sin pudor, mientras miles de ataúdes han deglutido restos mortales privados del último adiós de sus familiares que confunden realidad con pesadilla y confían en un alegre despertar. Pero desgraciadamente sueñan con la vida y se despiertan con la muerte.
Una lágrima puede ser tan valiosa como un diamante. Y un crespón, como un tierno abrazo. El luto no debe tener color político. El de estos momentos se trataría de una alegoría de solidario pesar por cada corazón que ha dejado de latir asfixiado por un virus, simbolizada en la bandera de su Patria a media asta los días que fueren precisos. Si este gesto no hace daño, ni agravia a nadie, ni implica gasto alguno, ¿por qué no llevarlo a cabo? ¿Y por qué no ver señales de duelo en las cadenas de televisión? Recordemos los famosos viernes iniciados en abril de 2018 a raíz de la convocatoria de periodistas de luto por el 'secuestro' que sufría la televisión estatal a causa del bloqueo en la renovación del Consejo de RTVE.
En un telediario del mediodía del pasado sábado se comentó la frustración de Sevilla por no disfrutar su feria que se hubiera inaugurado esa noche; una frustración que se incrementaba por la suspensión de las procesiones de Semana Santa. Se informó también de la cantidad de bombillas que se habrían encendido y de la consumición en las centenares de casetas, y que a pesar de todo no se renunciaría a la noche del pescaíto frito, y se organizaría una pequeña feria en los balcones. A continuación, se notificó el número de fallecidos por el coronavirus en el mundo. Al día siguiente se ofrecieron imágenes del jolgorio de la noche anterior. La sensibilidad es pilar imprescindible de la genuina cultura.
Por si fuera poco, el virus del odio se ha colocado retador en primera fila, arrasando la memoria de la transición, imperfecta hoy pero luminosa ayer, aunque de horizonte impreciso, sin embargo esperanzador. Una transición con anhelo de democracia deseosa de poner en hora relojes atrasados, sin delirios, ajena a sinrazones de poderes ensoberbecidos, dispuesta a restañar heridas con la ayuda de una amnesia voluntaria y honrada búsqueda de la verdad, y la enseña del arrepentimiento de las traiciones a España de unos y otros. Vean en qué situación nos encontramos: hasta el pan está ideologizado. Abundan signos que advierten del cansancio de pensamiento de brocha gorda y déficit de vitamina D del sol de la democracia, que brilla por la 'cobardía intelectual', la escasa calidad de liderazgo y los falsos optimismos y seguridades. Afortunadamente, nos hemos dado cuenta de que la muerte es ministra perpetua de Igualdad del Gobierno del mundo.
Cuando los muertos pierden su nombre para convertirse en estadística, el pésame no urge. Las honras fúnebres admiten demora; el luto, no. A millares de ciudadanos no les deja conciliar el sueño la angustia. Necesitan alivio aunque sea en forma de símbolos. Nuestro tiempo vive el fracaso de la tristeza. La muerte oficial ha sido vencida por un bienestar a ultranza y superficial, 'huérfano de ritos'. Ni un extremo ni otro.
Las mascarillas no han podido ocultar nuestro rostro en este nuevo carnaval en el que ha faltado el burka para estar sin estar y marcar la distancia obligada por el coronavirus y el odiovirus, dictadores actuales. «¡Este es el momento de las lágrimas!», escribió el comediógrafo Terencio. Por eso la España de la compasión y la ternura tiene un crespón en su corazón.
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