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Cuarentena

Ad Líbitum ·

La cuaresma es un tiempo propicio para volver a la casa de nuestro Padre, como le sucediera al hijo pródigo de la parábola evangélica

javier pereda pereda

Jueves, 27 de febrero 2020, 21:29

Con el Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma, del latín 'cuadragésima', cuarenta. Hace referencia a los cuarenta días de preparación para el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Para celebrar este acontecimiento que marca el devenir de la Historia, desde el siglo ... II se ha establecido sabiamente esta 'cuarentena', a modo de entrenamiento, para alcanzar el máximo provecho espiritual. El Papa Francisco, en un breve pero intenso Mensaje en este tiempo de gracia, nos anima a sacudirnos la modorra y la superficialidad que caracterizan la mundanidad; a la vez que nos estimula a una urgente conversión, mediante la oración de los hijos de Dios, y a practicar las obras de misericordia. Habría que estar atentos para dar la orientación correcta a determinadas tradiciones culturales religiosas, contrarias al auténtico y profundo sentido cristiano. La Cuaresma es un tiempo propicio para volver a la casa de nuestro Padre, como le sucediera al hijo pródigo de la parábola evangélica. Rembrandt (1663-1669) ha reflejado de forma sublime 'El regreso del hijo pródigo', en un óleo sobre lienzo de estilo barroco, que se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo (Rusia). El evangelista Lucas (15,11-32) nos relata la historia de un hombre que tenía dos hijos. El más joven dijo a su padre que le diera la parte de la hacienda que le correspondía. Éste, haciendo mal uso de su libertad, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Una vez dilapidada la herencia, se puso a trabajar cuidando cerdos; pasaba tanta necesidad que le entraban ganas de saciarse con las algarrobas. Recapacitando, se dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. De vuelta a casa, su padre lo vio de lejos, se compadeció y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le cubrió a besos. Dijo a sus siervos que sacaran para su hijo el mejor traje, que le pusieran un anillo y las sandalias, que iban a celebrarlo matando un ternero cebado; porque su hijo estaba muerto y había vuelto a la vida. Entonces apareció en el banquete el hijo mayor, quien reprochaba al padre que no le hubiera dado nunca un cabrito para celebrarlo con sus amigos; él que le había sido obediente. El padre le respondió que tenía que alegrarse, porque su hermano había vuelto.

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