La cuenta del Borbón

No tardé en descubrir que los bebés cambiados nos los había inventado García Márquez. Ni siquiera Galdós y toda la novelería del diecinueve. Había neonatos trabucados por todos lados

Manuel Pedreira Romero

Sábado, 11 de septiembre 2021, 00:41

Nada más enterarme de que habían intercambiado a dos bebés en un hospital de Logroño corrí a mi biblioteca, quiero decir, a Google, porque estaba convencido de haber leído muchas veces esa historia pero no recordaba dónde. Es uno de los deleites que te concede ... la literatura, inclinarte a pasar por su tamiz muchas de las cosas que te pasan o que ves ahí afuera de los libros, aunque a veces pueda convertirse en un vicio. La cosa es que el intercambio de recién nacidos me sonaba a realismo mágico, a Amarantas Úrsulas viviendo vidas ajenas, vidas cambiadas al salir del vientre de sus madres, vidas paralelas y distantes desde la cuna para cruzarse después en un giro de guion más o menos predecible porque para eso es realismo y para eso es mágico.

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No tardé en descubrir que los bebés cambiados nos los había inventado García Márquez. Ni siquiera Galdós y toda la novelería del diecinueve. Había neonatos trabucados por todos lados. Y no solo en los libros. En las novelas y más todavía en las telenovelas (ahí suelen ser hermanos que se enteran de que lo son cuando ya han dejado atrás el vigésimo coito), en la poesía y en la filosofía, en los papiros egipcios, en los haikus, en la Torá y ahora seguramente hasta en el vestuario del París Saint Germain. Descubrir todo eso fue una desilusión y un disloque, pero no disminuyó ni un ápice (qué fino queda lo del ápice) mi interés por la noticia en cuestión y mi entusiasmo por la elucubración.

Empecé a indagar en los personajes célebres que nacieron el mismo día y el mismo año que yo. Lo confieso, mi apellido gallego y mi edad alimentaron la ilusión de haber sido intercambiado con alguno de los hijos de Amancio Ortega. Ya me veía de encargado de algún Zara (o de dos). Pero enseguida me di de bruces con la realidad de que, según la wikipedia, solo podía aspirar a haber sido permutado con un pianista francés de origen polaco y modestos logros. Insistí y rastreé en el día antes y el día después pero los resultados fueron desoladores. O luchador estadounidense de tres al cuarto o actor argentino de quinta categoría.

Como en la canción de Sabina, me distrae colarme en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seré. El flaco fantasea con ser tahúr en Montecarlo o boxeador en Detroit. No son mala cosa, pero igual me quedo como estoy, no sea que buscando buscando me encuentre con que soy hijo del Borbón y me tengo que ocupar de la cuenta que le espera en España.

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