Derecho animal
La Carrera ·
Aunque tengo mis dudas sobre si las ciencias del bienestar animal tienen en cuenta, por ejemplo, a las gambas a la planchajosé ángel marín
Lunes, 28 de diciembre 2020, 23:17
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La Carrera ·
Aunque tengo mis dudas sobre si las ciencias del bienestar animal tienen en cuenta, por ejemplo, a las gambas a la planchajosé ángel marín
Lunes, 28 de diciembre 2020, 23:17
Cuentan que Calígula, el emperador romano, disfrutaba lo suyo puteando al personal. Y no me refiero solo a los esclavos que entonces eran legión, sino a los ciudadanos e incluso a los allegados (que en estas fechas también son mogollón). Dicen que como gobernante, Calígula, ... era poco edificante (en esto la historia también ha cambiado poco) y encontraba regocijo rebanando pescuezos de quienes le contrariaban (como les gustaría hoy a algunos, pero no se atreven todavía). Aunque el emperador no era tan abominable como pudiera parecer, pues si le pillaba de buenas solo los marcaba con un hierro candente. Lo malo era que si el opositor se quejaba o ponía mala cara, entonces lo mandaba trinchar, y si caía en calendas festivas lo tiraba a las fieras del circo (siempre tan faltas de proteínas).
También nos cuentan los biógrafos de Calígula que en sus ratos libres (que eran los más), gustaba de ver ejecuciones mientras comía racimos de uva moscatel tendido en su 'triclinium'. Sin embargo, Calígula era amante de los animales (no lo digo en sentido literal, ¡Dios me libre!). Y tanta devoción les profesaba que hasta nombró cónsul a su caballo, de nombre Incitatus, (vamos, como si uno de los calígulas actuales nombrará ministro plenipotenciario a su Ferrari o a su Audi blindado). Resulta que Incitatus era corcel de carreras de enganches, para más señas procedente de Hispania (me suena), palafrén muy regalado (con palacio propio: caballeriza de mármol de Carrara, pesebres de marfil y 18 esmerados sirvientes dedicados a su equino cuidado). Calígula –dice Suetonio- dormía con su alazán la víspera de cada competición. Entonces, el emperador decretaba en Roma 'silencio general', que nadie podía violar bajo pena capital, con el fin de que el potro descansase a gusto. Claro, Incitatus ganaba todas las carreras (no lo dice Tezanos), salvo una que perdió y –lógicamente- le costó el pellejo al auriga que guiaba el carro, a quien Calígula -lejos de indultar- ordenó al verdugo que lo apiolase despacito para asegurarle tormentos.
Extravagancias y crueldades al margen, he traído aquí esta crónica antigua –y quizá algo exagerada- en contraposición con el hoy denominado 'Derecho Animal'. Derecho que estoy convencido no solo suscribiría Francisco de Asís, sino cualquiera de nosotros; y más ahora que tantos dulces renos y camellos (en sentido faunístico) nos circundan. Así, los manuales de 'Derecho Animal' vienen a cubrir un vacío notorio, una vez consolidado por estos lares el activismo animal.
Aunque tengo mis dudas sobre si las ciencias del bienestar animal tienen en cuenta, por ejemplo, a las gambas a la plancha. Hoy día, por suerte, todos tenemos mente holística y emulamos a Teresa de Calcuta, es decir, somos muy cívicos partidarios de que los animales tengan derechos; salvo, eso sí, si son langostinos cocidos, cochinillo o pavo al horno, filetes empanados, jamón ibérico o pierna de cordero a las finas hierbas.
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