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Puerta Real ·
Ha sido el mayor fracaso de esta pandemia: no haber logrado que seamos capaces de unirnos todos, jóvenes y adultosA estas alturas se habrá reunido la llamada Junta de Seguridad de la ciudad para abordar los desmadres del fin de semana-puente, que han dejado estupefactos a propios y extraños y tratar de que no vuelva a repetirse tan bochornoso espectáculo. Quizá hayan tomado ... algunas medidas para darnos a los demás la sensación de que están haciendo algo, aunque sea tan difícil remediar los efectos producidos por muchas causas, entre las cuales se encuentra la falta de educación, la ausencia de responsabilidad, de valores, o como los queramos llamar. Eso no se soluciona con unas cuantas medidas.
Lo hemos visto los que nos hemos 'atrevido' a salir a la calle: gente sensata, protegida y prudente, y muchos, muchísimos, sin respetar las medidas de seguridad, sin importarles lo más mínimo las consecuencias de sus locas acciones, tan nefastas para ellos y los que se topen en sus sonoras jaranas que impiden el descanso de los sensatos.
Esa desaforada necesidad de 'fiestas', botellones y quedadas tiene algo de apocalíptico, aquello bíblico de «comamos y bebamos pues mañana moriremos». Para qué pensar en los peligros, o en el daño que podemos causar a otros, o a nosotros mismos, bebamos y olvidaremos toda esta farsa que es nuestra vida. O algo así.
Francamente, creo que ese ha sido el mayor fracaso de esta pandemia: no haber logrado que seamos capaces de unirnos todos, jóvenes y adultos, más allá de siglas y partidos, para vencer al miedo, a la zozobra, al dichoso virus. Hemos quitado legitimidad a las advertencias de las autoridades, hemos subrayado sus equivocaciones, sin presentar soluciones a cambio, más que una infantil rebeldía, un reclamo de unas libertades, que en realidad están más en peligro que nunca a medida que acecha la enfermedad y la muerte, con sus secuelas de pobreza y miseria. No hemos sabido difundir la ética de la responsabilidad, un elemental requisito para que podamos convivir, en medio del ruido de las opiniones encontradas y los sectarismos atroces. Por más que se han multiplicado los avisos, llamando a la cordura, miles de individuos hacen oídos sordos, obligando a las autoridades a endurecer las medidas para a continuación refunfuñar y protestar porque se han visto limitadas las sacrosantas libertades de hacer cada cual lo que le viene en gana y el que venga detrás que arree. Y mientras tanto, se cae la economía, se llenan los hospitales y las ucis de enfermos graves, se van conociendo las terribles secuelas de los que han pasado este trance. Qué fuerte debe ser el egoísmo de estos descerebrados que están haciendo tanto daño, como para que sean incapaces de imaginarlo siquiera. Qué incomprensible su estupidez, ajena a los peligros que van a tener que enfrentar los que luchan en primera línea.
Empiezo a pensar que, además de contar los contagios, deberíamos calcular qué porcentaje de insensatos es el que puede aguantar una ciudad, o un pueblo, sin experimentar el daño que causan. Debe haber más de 500 por cien mil habitantes.
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