¿Y después, qué?
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Puerta Real ·
En la crisis mandan los sectarismos que culpabilizan de forma acrítica. Lo peor: con estos mimbres hemos de construir los cestos del futuroProliferan los augurios de que el mundo cambiará tras el coronavirus. Para algunos, la pandemia marcará un antes y un después. Vaticinan un nuevo orden, una sociedad más cohesionada, el final de los enfrentamientos por fruslerías, ahora que hemos visto las orejas al lobo.
La ... pandemia nos hará mejores, esa es la idea.
No extraña que salten estos ramalazos de esperanza. A algo hay que agarrarse, dada la brutalidad luctuosa que nos rodea, el cariz agónico de las noticias que hablan de centenares de muertes, día tras día. Y el confinamiento, sólo imaginado en argumentos de futuros distópicos, todos aislados hasta que digan.
Como constituye ya la experiencia con mayor impacto colectivo desde la guerra, queremos creer que servirá para algo, siquiera porque nos ha descubierto frágiles, a expensas de un fenómeno natural como la transmisión de un virus que muta y se propaga.
De pronto, parecen de pronto estúpidas las querellas de medianías que caracterizaban nuestra vida pública antes de los tiempos del coronavirus.
Queremos creer que esto será un borrón y cuenta nueva.
No hay, sin embargo, muchas razones para el optimismo. De entrada, nos hemos traído a este periodo de catarsis los comportamientos más deleznables que nos fustigaban antes: la hiperideologización, el sectarismo y la agresividad rayana en el insulto. Basta asomarse a las redes sociales para comprobarlo. Nunca habían llegado a tanto fanatismo.
Está la defensa numantina del Gobierno, que los oyes y parecen gestores a imitar. Nadie diría que hemos llegado a ser el país con más víctimas del virus. Y, enfrente, el acoso permanente de la oposición: al gobierno ni agua. Si no fuera patético, sería motivo de risa, ese debate que contrapone las autonomías de los nuestros –que siempre aciertan– con las de los otros, que no dan una. ¿Es serio plantear la interpretación del coronavirus sobre los recortes de hace una década? Este ombliguismo contribuye a explicar la imprevisión e impericia imperante, todo al albur de las heroicidades de los profesionales de a pie, que se sienten abandonados.
En la crisis mandan los sectarismos que culpabilizan de forma acrítica. Lo peor: con estos mimbres hemos de construir los cestos del futuro, por lo que la pospandemia se basará, verosímilmente, en las mismas radicalizaciones esterilizantes y agresividad ambiental.
Lo anticipa ahora una circunstancia: todos nos dicen que ha de mantenerse la unidad, pero, como disgustan los consensos y las cohesiones sociales, saltan quienes quieren cuestionarla. Así, los aplausos de las ocho a los sanitarios tienden a entremezclarse con caceroladas varias. Al ritmo que vamos se fijará un horario para cacerolas: a las doce contra el rey, a las dos contra el presidente, las tres contra Podemos, las cuatro contra los recortes del PP, las siete por la incapacidad social de sobrellevar las comparecencias televisivas de Sánchez, a las nueve contra Vox. Habrá que habilitar horas para cacerolear contra Trump, los exámenes de fin de curso, los holandeses vocingleros, la independencia catalana y el proceso de diálogo y negociación.
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