Cuando el diablo se viste de rosa
MI PAPELERA ·
De hecho antes había menos crímenes machistas porque eran escasas las mujeres maltratadas que se arriesgaban a transgredir tal tiranía. Se trataba de callar para sobrevivir.MI PAPELERA ·
De hecho antes había menos crímenes machistas porque eran escasas las mujeres maltratadas que se arriesgaban a transgredir tal tiranía. Se trataba de callar para sobrevivir.No sé cuándo arrancó la costumbre de asignar el color rosa a la mujer. Para los varones era el azul. Para los trans imagino que se usa el morado. Con esa simbología nos recuerdan que nuestra especie es gregaria. Sí, se nos clasifica grupalmente desde ... antes de nacer por etnia y género. Luego llegan otras infinitas clasificaciones, rubios o morenos, ricos y pobres, cristianos o budistas; y así hasta el infinito. El gregarismo humano se aprecia incluso en detalles insignificantes: si en un mercadillo empiezan a agolparse curiosos en un puesto, al instante tiene un efecto multiplicador. Y no es que allí vendan más gangas que en otro puesto, es que algo atrajo a las primeras moscas y las demás acudieron para amontonarse.
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Basta ver las calles más transitadas de las ciudades, atiborradas, aunque que objetivamente no ofrezcan más servicios que otras. Y no digamos la dictadura de la moda. De ese modo un día cualquiera alguien pensó que el color rosa era perfecto para la mujer: es ambiguo, ni blanco ni negro. Pasa bastante desapercibido. Y aquello se extendió, como la idea de que las mujeres, las de rosa, éramos más bondadosas, más dulces, resignadas y manipulables ; y menos crueles. Por el contrario a ellos, los azules, les hervía la sangre, eran violentos, poco reflexivos. Eran brutos por cuestión de género más que por factores educacionales. Esto es falso. Lo único objetivamente real es que la hembra de nuestra especia suele ser más pequeña que el macho, y por ello tiene menos fuerza física. Así, enfrentados a un combate cuerpo a cuerpo, ellos llevan las de ganar.
Si a eso se añaden modelos educacionales que fomentan el uso de la fuerza física para resolver conflictos, las diferencias de género son siempre perjudiciales para la mujer. De ahí que desde tiempos inmemoriales, cuando no había leyes que protegieran a la mujer de un ataque machista en el entorno doméstico, ellas, por lógico sentido de autodefensa, procuraban no irritarlo y se plegaban a sus antojos, por torpes, injustos y arbitrarios que fueran. De hecho antes había menos crímenes machistas porque eran escasas las mujeres maltratadas que se arriesgaban a transgredir tal tiranía. Se trataba de callar para sobrevivir.
De pronto en los países civilizados pensamos que el pasado machista de la humanidad tocaba a su fin por decreto ley. Y se bajó la guardia antes de tiempo. Ignorando que siglos de comportamientos no se olvidaban en cuatro siestas. Si no hay educación en la igualdad, si no se practica en las familias lo mismo que se predica en las escuelas, si no se eliminan actitudes machistas de medios de comunicación, publicidad y redes sociales, es inútil que en la escuela se implanten materias teóricas de civismo. Por un oído entra y por otro sale. Por eso en este asunto vamos fatal. Porque sus responsable son torpes y no notan que en el subconsciente colectivo el rosa y azul están vigentes.
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Otro tema es el grave error que se comete desde el poder político encasillando a hombres y mujeres en dos bandos. Todos ellos son potencialmente más crueles y malvados. Ellas, por lo común, víctimas indefensas, incapaces de odiar y hasta de matar. Parece mentira que en el ministerio de 'Igual- da' sean tan cortos de mollera. Es que la mujer, puesta a ser maquiavélica no tiene nada que envidiar al hombre. Véase la lista de madres que llegan a asesinar a sus hijos para hacer sufrir a sus exparejas. Es el caso de Olivia, una criatura de 6 años asesinada por su madre como venganza contra el padre. Él es un hombre maltratado por ella desde hace años, que tras un calvario inenarrable consiguió la custodia de su hija, y que ha visto como la madre la asesinaba para evitar que se reunieran. Este caso, sucedido recientemente, debería poner fin a tal ministerio. Es que son muchos los hombres que han sufrido y sufren injusticias similares. Y estos hombres no se atreven ni a abrir la boca por miedo.
La única realidad incuestionables que a Olivia se la dejó desprotegida por ley en manos de una madre malvada, por mucho rosa que vistiera? ¿Nadie políticamente pagará por esa colosal negligencia? Encima el discursos del equipo de mujeres palmeras de la ministra de la cosa dejan caer frases ambiguas que son una bofetada más al padre de Olivia; un hombre que hundido ante tanto dolor, acobardado ante la injusticia institucional, no saca fuerzas para señalar con el dedo a quienes por un feminismo mal entendido facilitaron la muerte de la niña y ahora permiten que la otra víctima, el padre, caiga en el olvido.
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No señoras. Así no vamos bien. Es cierto que estadísticamente matan más los hombres que las mujeres en crímenes machistas. Y que hay que protegerlas y defenderlas con todas las fuerzas. Pero también es verdad que cuando ellas son malas, matan con la misma saña. Y la ley que debe juzgarlas y condenarlas ha de ser la misma. Es que ese padre, un hombre ya muerto en vida, pudo haber sido tu hijo. Miedo da saber en qué manos estamos y constatar el sectarismo imperante en el ministerio, morado por fuera, rosa por dentro, que administra tal ministra.
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