En 1986 no tuve mejor idea que irme a trabajar a Soria. Era una época muy diferente a la actual en todos los sentidos, pero en el climático nada tenía que ver con la que, no diré vivimos, padecemos ahora. Llegué el 1 de octubre ... y viajé desde Almería por lo que bajé del autobús en el frío castellano en mangas de camisa y sin ninguna otra ropa de abrigo. Nada que ver con lo de ahora. Sin ir más lejos el viernes, día en que escribo esta columna, alcanzaron los 28 grados, algo inusual cuando languidece el mes de octubre. Pero, bueno, tampoco es mi intención hablar del calentamiento global y del cambio climático, ese que algunos siguen negando y que a saber en qué realidad paralela viven porque por la que yo transito desde luego que no.
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Lo que yo quería contar es que por aquel entonces presidía la Diputación Provincial de Soria, Juan José Lucas, entonces de Alianza Popular y que llegó a ser senador por el Partido Popular y ministro de la Presidencia con José María Aznar. Asimismo fue presidente de la Junta de Castilla y León entre 1991 y 2002. Al igual que las temperaturas de entonces nada tenían que ver con las que sufrimos ahora, la política de entonces tampoco tenía nada que ver con la que padecemos en estos momentos. Independientemente de las ideas de cada cual, el ejercicio de la política en este país durante los primeros años de la democracia tras la muerte del dictador creo que tenía mucho más nivel y profesionalidad que la de ahora. Se hacía otro tipo de política, me atrevería a decir que más honesta y enriquecedora. La que se hace ahora está muy lejos de aquella y llega a ser chabacana, vacía y de un nivel bajísimo posiblemente porque la preparación de nuestros políticos no dé más de sí y, en consecuencia, ellos tampoco. Además, son políticos y partidos políticos que se han instalado en la crispación y la demagogia y es ahí donde parecen encontrarse cómodos. Pero lo preocupante no es que tenga más o menos nivel sino que empieza a tornarse peligrosa. El insulto, la descalificación, las mentiras, las afirmaciones sin argumentos, la manipulación, los discursos vacíos, etcétera se están imponiendo desde los diferentes atriles políticos. A mi lo que realmente me preocupa no es que un representante público tenga más o menos formación (que debiera tener la idónea para ser ejemplo para los demás), lo que me aterra es que asuma y traslade las falsedades, los insultos y las descalificaciones que se dictan desde arriba y las haga suyas. Me preocupa que nadie ponga fin y descalifique los excesos verbales de algunos y que con sus atronadores silencios den licencia para hacer este tipo de política que debería ser denostada por toda la sociedad. Porque si esto sigue así y no se le pone freno a nadie puede extrañar que un tipo con cuernos acompañado de otros descerebrados asalten un día un parlamento que es donde reside la soberanía ciudadana. Y entonces llegarán los lamentos y el 'yo no pensaba que esto llegara a ocurrir'.
Porque lo que habría que hacer es dignificar el ejercicio de la política y defender ese ejercicio como muestra de convivencia en una democracia plena como pensamos todos. Y por qué no, expulsar de ese ejercicio a quien no tiene otro objetivo que enlodarlo todo. Es viernes y aún estoy esperando que alguien del Partido Popular afee, condene y rechace la actitud vergonzosa e indigna del actual vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García Gallardo, porque lo que este hombre está haciendo, además de ponerse en ridículo día sí día también, es enfangar el trabajo de todos los políticos y de los que hicieron grande ese ejercicio como Juan José Lucas en ese mismo parlamento.
García Gallardo desde su escaño llamó imbécil a Francisco Igea durante una sesión plenaria y se negó a rectificar. García Gallardo, el martes pasado en el transcurso de otra sesión parlamentaria, dijo que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lideraba una banda criminal con todo lo que ello conlleva. En esta ocasión tampoco quiso rectificar y retirar la acusación. Pues bien, todavía nadie del Partido Popular ha censurado y criticado al vicepresidente de Vox que apoya en la presidencia de la Junta castellana al popular Fernández Mañueco; seguramente porque el partido que lidera Alberto Núñez Feijóo sabe que muy probablemente va a necesitar a la ultraderecha para llegar a gobernar este país. Y desde luego, en política no vale todo. García Gallardo no puede caer más bajo en su indignidad, pero es que esa indignidad salpica a todos aquellos que, como en este caso el Partido Popular, callan y tragan. La crispación política no puede descender a la sociedad porque nos cargamos la democracia. Hay que decir basta, pero hay que decirlo desde todos los ámbitos para que bocazas como García Gallardo no puedan subir al estrado en el que está depositada la soberanía del pueblo. Simplemente por la dignidad de toda la sociedad y de un país que lleva camino de perderla definitivamente.
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