Disciplina, libertad y felicidad

Lo más grave de todo, es la pérdida de autocontrol, cuya deriva hace que muchos jóvenes, vayan con quien no desean y se enganchen en lo que no quieren

Antonio Luis García

Domingo, 17 de abril 2022, 22:49

Desde los inicios de la Transición, la disciplina era considerada como una carga, como una acción negativa y hasta como una desgracia, que había que evitar. Pero, a pesar de los grandes y sustanciosos cambios que nos trajo la Constitución, aún no hemos sido capaces ... de superar este erróneo prejuicio. Ello ocurre, tanto en las familias, como en la enseñanza, porque la función y el valor intrínseco de la disciplina, no acaban de ser entendidos en toda su extensión. Una cuestión tan lógica y elemental, como es cumplir las leyes, las normas y las obligaciones que regulan la convivencia, en todos los ámbitos y escalas de nuestras vidas, no puede ser rechazada, porque sin ella, las relaciones humanas se harían insostenibles.

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Efectivamente, por poco que reflexionemos, nos daremos cuenta que la disciplina, es hoy más necesaria que nunca. Dados los supuestos del egocentrismo y el materialismo reinantes, así como la continua incitación a la comodidad, al confort, al ocio, al placer, etc.; nos inducen a pensar que, sin disciplina, no funcionaría nada y sería inviable una convivencia satisfactoria. Todo ello, sin entrar en el complejo tema de la disciplina escolar, cada día más difícil de afrontar. La disciplina favorece la coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos; constituye un antídoto contra la apatía, el desinterés o la indiferencia, permite cumplir con nuestro trabajo sin dilación, potencia la equidad y el respeto, fomenta la responsabilidad de las personas, regula las relaciones humanas generales y específicas, etc.

Así, el término disciplina –aparte de ciencia– posee otras acepciones diferentes: facultad, valor humano, imperativo ético, demanda social, referente regulatorio básico de la convivencia, etc. La disciplina es la capacidad que tenemos las personas para actuar, diariamente y durante toda la vida, de acuerdo con nuestros pensamientos y principios; especialmente los referidos a la constancia, al esfuerzo, al orden, a la presteza, etc. para cumplir con las normas y obligaciones personales y sociales, que nos vienen dadas. Pero la disciplina, no es solo imprescindible en la familia y en la enseñanza, sino en todas las actividades humanas: puntualidad horaria, trabajar bien, acatar órdenes, colaborar en equipo, respetar acuerdos, cumplir lo prometido, alcanzar metas, observar obligaciones cívicas y sociales, etc.

La disciplina, como manifestación fáctica de nuestra personalidad, nos afecta a todos y en todas partes. Ahora bien, los educadores, los profesores, los directores artísticos, los entrenadores deportivos, los asesores y consultores empresariales, etc. y, en definitiva, todos los que se dedican a formar a los demás, tienen la misión de preparar a sus discípulos en los conocimientos, en las técnicas y en la disciplina adecuada, para implementar correctamente su trabajo.

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En la enseñanza, la dimensión individual de la disciplina, resulta fundamental para la infancia, el período de aprendizaje por excelencia. La languidez, la falta de obligaciones, de límites, de responsabilidad, etc. con los que se vienen educando, desde hace muchos años, son tremendamente dañinos para la educación y para el devenir de sus perceptores. Los niños mal educados, no solo son molestos para los demás, sino que serán bastante desdichados e infelices.

Cierto que no se ha rectificado y ni siquiera se ha intentado, reorientar el trato, las maneras y los modos equivocados, con los que se educan hoy a niños, adolescentes y jóvenes. Consentirlos, complacerlos, acceder a todos sus deseos, girar en torno a ellos, sin censurarles nunca nada, etc. no les hacen ningún bien a los chicos, sino todo lo contrario; los vuelve caprichosos, egocéntricos e impertinentes, además de hipotecar su trabajo y su vida futura. Pero, lo más grave de todo, es la pérdida de autocontrol, cuya deriva hace que muchos jóvenes, vayan con quien no desean y se enganchen en lo que no quieren.

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La misión educativa debe ser otra. Hay que potenciar la individualidad y la sociabilidad de los alumnos, animándolos, haciéndoles ver sus fortalezas y sus debilidades, sus virtudes y sus defectos, aceptándose y reconociendo lo que son y lo que necesitan. Pero también hay que educarlos en la libertad personal; reivindicar más libertad en la España actual, supone una gran torpeza; pero, en autocontrol, en autonomía, en capacidad crítica y criterio propio, para cumplir con las obligaciones y hacer lo que nos convence, andamos bien perdidos.

La disciplina es autocontrol, es discernimiento, es fuerza de voluntad, es levantarse, volver a empezar, reiniciar, poder hacer lo que conscientemente deseas en cada momento, sin someterse a engaños, presiones o tópicos, es la virtud de ser libre y gozar de la libertad. Al mismo tiempo, dicha libertad te proporciona la satisfacción de ser tú mismo, de vivir acorde con tus ideales y creencias, con autenticidad, con plenitud, recalando en las bondades y cordialidades que nos rodean, en lo que tenemos y, finalmente, logrando la felicidad. «La mayor satisfacción, es el deber cumplido» (madre Teresa de Calcuta).

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