La legislatura gobernada por primera vez por una coalición –PSOE y Unidas Podemos– ha añadido otro rasgo a su singularidad. La mayoría parlamentaria en que se ha sostenido y sostiene integra, también por primera vez a casi todos los grupos nacionalistas e independentistas. La excepción ... han sido Junts, la CUP y, desde otro flanco, Coalición Canaria. Pedro Sánchez puede tener motivos para jactarse de que ha hecho de la necesidad virtud, convirtiendo a las distintas formaciones soberanistas en sus socios preferentes. Pero se olvida de que el fracaso de la 'vía catalana' y la advertencia que ello supuso para el nacionalismo vasco fueron más causa que consecuencia de los apoyos que recibió en la investidura y se mantienen hasta la fecha. La renuncia de facto a la unilateralidad secesionista en Cataluña o la inexistencia de una estrategia común entre PNV y EH Bildu para desconectar el País Vasco de la España constitucional obedecen, sobre todo, al desplome de la independencia como opción ciudadana. Pero el nacionalismo organizado políticamente necesita, en todas sus versiones, mantener viva la quimera de un estado propio. Lo contrario supondría su desaparición como marca electoral y como referencia de encuadramiento social.
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De ahí que el Domingo de Resurrección el PNV y EH Bildu parecieran sonar empastados en torno al «derecho a decidir», mientras Pere Aragonés aprovechaba la celebración republicana del 14 de abril para insistir en su propuesta de un acuerdo de claridad evocando la fórmula canadiense para la convocatoria de un referéndum pactado con Madrid. Señales que persiguen tres objetivos al mismo tiempo: alentar la verosimilitud de un futuro aparte en sus respectivas bases; mantener un precio digno ante la eventualidad de que Sánchez pueda volver a presentarse a la investidura; y advertir de que un PP que llegue al Gobierno gracias a Vox despertará el maximalismo soberanista. Las tensiones territoriales, a las que en otro orden se suman las reivindicaciones de la España vaciada, refuerzan la idea del 'mal menor' en el que coinciden todos los socialistas y al que, en el fondo, recurre el presidente. Es el argumento que apacigua también las particulares tensiones territoriales en el PSOE. Pero lo que se echa en falta es, precisamente, más claridad y menos incertidumbre simulada respecto al futuro de la España de las Autonomías, cuando la cogobernanza no pasa de ser un gesto intermitente y aflora la competitividad fiscal.
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