Al funeral por el expresidente socialista François Mitterrand oficiado en la catedral de Notre Dame de París el 11 de enero de 1996 asistieron 61 jefes de Estado y de Gobierno acompañados de numerosas delegaciones de 111 países, líderes políticos, diplomáticos, intelectuales, artistas y admiradores ... del estadista. España estuvo representada por el rey Juan Carlos y la reina Sofía, y el presidente del Gobierno Felipe González. Llamó especialmente la atención la presencia de Butros Gali, secretario general de la ONU, Fidel Castro, Yasir Arafat, Hosni Mubarak y Shimon Peres. Miles de personas siguieron la misa en el exterior a través de pantallas.
El cardenal-arzobispo de París Jean-Marie Lustiger, miembro de la Academia Francesa, pronunció una homilía basada en textos de Mitterrand. Comenzó con uno referido a la muerte: «¿Cómo morir? Vivimos en un mundo que se espanta ante la pregunta y la rehúye. Quizá nunca la relación con la muerte ha sido tan pobre como en estos tiempos de sequía espiritual en que los hombres, presurosos por existir, ignoran que con ello ciegan una fuente esencial del placer de vivir». Dijo monseñor Lustiger que Mitterrand tenía una estampa de san Francisco de Asís en el despacho de su domicilio y que en los últimos años «había hablado de su fe en la comunión de los santos». Barbara Hendricks, amiga del expresidente, interpretó 'Pie Iesu', de la 'Messe de Requiem' de Gabriel Fauré. El canciller alemán Helmut Kohl no pudo contener las lágrimas cuando el coro y el órgano iniciaron la ceremonia con el austero canto del 'réquiem'. A un lado del presbiterio pendía una enorme bandera de Francia.
Simultáneamente se celebraba en Jarnac, localidad natal de Mitterrand, la misa 'corpore insepulto', en la intimidad. En la homilía, el obispo de Angoulême monseñor Claude Dagens, miembro de la Academia Francesa y Oficial de la Legión de Honor, luego de subrayar la doble tradición católica y laica del expresidente, resumió su controvertida figura citándolo: «Todo hombre es portador de un misterio íntimo». Desde el día de Pentecostés de 1944, Mitterrand ascendía todos los años en romería a la cumbre de la peña de Solutré, monte de Borgoña, con motivo de dicha festividad.
Felipe González manifestó: «Es impresionante que alguien fallecido, no siendo ya presidente, haya atraído tal presencia. Eso da una idea de la talla del hombre y de su influencia». Y añadió: «Era de formación católica y, aunque agnóstico, no renunciaba a ella. Los actos celebrados en su memoria reflejan su complejidad intelectual y sus aparentes contradicciones».
La tarde del lunes 6 de julio, el grave doblar de las campanas de la catedral de la Almudena («[… el viento traía / perfume de rosas, doblar de campanas […]», Antonio Machado) invitaba a una oración o a mirar al cielo musitando el milenario 'descansen en paz'.
Mofarse de la gran 'paga extra' espiritual en el adiós a los vencidos por el coronavirus es propio de quienes tienen entrañas de acero. Los ofensivos comentarios calificando el funeral «de sesión de espiritismo de la secta destructiva que es la Iglesia Católica» (32 millones de españoles destructores) y reclamando «menos misas y más dinero para la sanidad» no ayudan a la pregonada y poco creíble convivencia. Seguramente ninguno de los que han criticado la celebración religiosa ha estado entregado durante tres meses a quienes sin presente ni futuro necesitaban comida y asistencia para sobrevivir. Somos lo que hacemos no lo que decimos. Mientras no consigamos conjugar ciertos verbos en primera persona del singular, gobernarán el dedo acusador y el tú más.
¿Qué se diría de los dos funerales de Mitterrand, deseados por él («escribió de puño y letra el guion»), en una España aconfesional, no laica? ¿Hasta cuándo nos van a acosar la manipulación, los complejos, el acobardamiento, la autocensura? Estamos muy faltos de pensadores de nieves perpetuas que se transformen en agua para, una vez saciada nuestra sed, retornar a las cumbres y convertirse de nuevo en nieve.
El dolor y el desconsuelo viven en el alma. Las campanas no mienten; sus sonidos ignoran disfraces de circunstancia y son como el goteo de lágrimas que horadan el corazón. Hay tañeres de campanas de ecos eternos que no es posible silenciar. Son aldabonazos en la puerta de nuestra conciencia, y hemos de escuchar el recado de su voz.
Al concluir el funeral pensé en la generosidad de los que se fueron y se estaban yendo con el laurel del heroico deber cumplido, y de quienes viven felices auxiliando a los que sufren carencias de diversa índole. Hay corazones que no caben en los océanos. Son los que nos dan ánimo y esperanza de que un día no nos faltará un vaso de agua cuando nos estemos muriendo de sed. A la vez que pensaba en esto, me vinieron a la memoria los inquietantes versos de John Donne (1572-1631) que resonaron como campanas de catedral: «¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? / […] ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe? / […] la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti». Y por España.
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