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Los druidas de La Moncloa

Puerta Real ·

La espada para combatir en la guerra contra el virus mortal no es de acero sino de agua y de jabón

EsteBan de las heras balbás

Sábado, 9 de mayo 2020, 22:47

Cuánto daría ahora por encontrarme con Villar Yebra y su mugrienta gabardina en aquel tabuco de Alhóndiga —¿o estaba en Puentezuelas?—, llamado 'La luna de miel', para tomarnos un vino costa y unas aceitunas aliñás. Me imagino a Enrique sacando de un bolsillo de aquella ... inseparable prenda, siempre en sus hombros de octubre a junio, un puñado de ajos, que eran su medicina, al tiempo que ponía sobre el hule de la mesa el limón con el que se frotaba las manos antes de comer. Porque aquella gabardina podía tener lamparones del tiempo del estraperlo, pero las manos de Enrique Villar Yebra eran unas manos marfileñas, limpias, de dedos largos entre los que se movía el genio artístico de la pintura que le hacía plasmar en sus cuadros los tranvías de Granada.

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