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El cine, como transportador de mensajes, ha sabido 'educar' según los intereses de los tiempos. La generación de la posguerra, fue educada, sobre todo, por ... las familias, con los Diez Mandamientos y la cultura popular. Pero también a través de las ideas de los cineastas de Hollywood y españoles. Los padres nos llevaban al cine para niños, con películas de W. Disney de Peter Pan, la Cenicienta, Blanca Nieves, los Siete Enanitos, Caperucita Roja, La Bella Durmiente o las de Bambi, que tenían un componente moral y de victoria sobre lo perverso o injusto. El lobo, los ogros, la bruja, la madrasta, el mago, etc., son símbolos de los peligros que la vida nos presenta y a los que hay que enfrentarse.
En otra fase educativa, el colegio nos introducía en películas bíblicas o de mitos: así Moisés, los Diez Mandamientos, Ben-Hur o Polifemo, etc., que nos metían en un mundo de la moral judeo-cristiana y clásica, hasta que aparecieron las películas del Oeste, por las que los anglo-protestantes nos han engañado, estigmatizando a los indios, como salvajes, mientras nos mostraban, impúdicamente, el genocidio del hombre blanco, protestante y racista contra los indios. En estas películas, era tal el engaño que se aplaudía la llegada de los 'casacas azules' contra los 'pieles rojas', que defendían su territorio, con flechas frente a los fusiles de los soldados.
Otro elemento de educación, a través del cine, fueron las numerosas películas sobre la II Guerra Mundial, en las que los alemanes eran derrotados por los ingleses, americanos y franceses, los nuevos héroes, de aquel Apocalipsis mundial. Nada nos enseñaron sobre lo que pasó después de la muerte de Hitler, que fue una tragedia para 13 millones de europeos huyendo de las venganzas o, de los derrotados, o de los salvadores, en busca de protección, en el nuevo mapa de Europa, racial o cultural, hasta 1951.
Otro aspecto educativo, de aquella infancia crédula, amable y educada, fue a través de las películas de Pablito Calvo, un niño prodigio del cine que, con sus melodramas moralizantes y de orfandad de madre, nos metían en un ambiente de cariño, piedad y amor por los desamparados y sus protectores. Fue un revulsivo la película Marcelino pan y vino, que nos enseñó el mundo del más allá, nada desdeñable como elemento educativo, de mejora personal.
Pero llegaron los años 70 y todo dio un salto al vacío con películas insulsas, de mal gusto, de favorecer los instintos y de pura 'bajunez' del destape y desvergüenza, que despreciaban la estética y la ética para introducirnos en el relativismo moral degradante, que hoy padecemos sin referencias morales y sentido de vida. Pero no contentos con este cine, de los nuevos gustos y principios, aparece, desde el mundo universitario norteamericano, la nueva moral, que no es otra cosa que destrozar todo lo que ha construido nuestra sociedad y que han plasmado los cuentos de hadas, que encierran la gran sabiduría que nuestra cultura ha sabido concretar para la educación de los niños con sus fantasía y deseos de seguridad, pero que la modernidad insiste en destruir por una explicación fría y racional del mundo del adulto.
Con el siglo XXI y, desde las grandes productoras con nuevas necesidades educativas y forma de concebir el mundo, surgen series como los Simpson que van a desmontar los elementos que sustentaban nuestra civilización, mediante la parodia y la burla; así se ataca a la religión, la moral, la autoridad y se alaban las nuevas formas de enfrentarse a la vida, muy alejadas de los comportamientos de los Diez Mandamientos, del trabajo, el conocimiento, el esfuerzo, etc., mientras se relegan los deberes y la responsabilidad.
Como desagravio contra las explotaciones cometidas por Occidente, comienza la llamada globalización a través del cine para conformar otros valores que hoy se extienden por el mudo, en donde las minorías explotadas se convierten en preponderantes para el globalismo, en las que desapareen todos los estereotipos clásicos anteriores. Ahora el ogro no es el que asusta a los niños; ni la princesa es paradigma de la belleza, sino que es vejada; como el príncipe, que pierde la condición de héroe y lo convierten en un ser engreído y fatuo; como nos muestra la película de Shrek y Fiona.
Todo lo perturban y nos llevan hacían un mundo incierto y desconocido, en los que los principios dejan de ser estables, sino cambiantes del 'todo vale', que nos deja sin seguridades y en la mentira del 'todo es respetable', cuando no es posible ni puede ser que se quiera construir un mundo alternativo viable con ideas de un igualitarismo absurdo o en subvertir el Orden Divino o de la Naturaleza, que tiene sus reglas de 'crueldad', de supervivencia y de diferencias. Ganivet ya nos previno de un globalismo totalitario y despersonalizador de nuestro mundo, que hoy acepta, estúpidamente, nuestra autodestrucción: «El cosmopolitismo (hoy globalismo) del hombre es como el de los animales y las plantas: un hecho que, por posible que sea, no llega a ser conveniente. Al sentimiento que antes nos sujetaba a la casa solariega ha reemplazado cierto cosmopolitismo, que para algunos mentecatos es el albor de la fraternidad humana, con la abolición de fronteras y todo».
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