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Me acuerdo ahora de aquella definición de Sebastián Pérez sobre la efebocracia que se había enseñoreado del PP, los chiquilicuatres y niñatos a los que ... aludía Esperanza Aguirre, y que ayer rompieron amarras y la liaron parda.
El no va más entre Génova y Ayuso nos mantuvo pegados a las alertas del móvil. Los contendientes movían las fichas a una velocidad vertiginosa y a estas alturas no tengo ni remota idea de cómo va la tosca partida de ajedrez ni de quiénes se han comido a quiénes. El jaque, desde luego, se lo ha dado el propio PP a sí mismo.
Cuando pensábamos que con la tocata y fuga de Pablo Iglesias e Iván Redondo, los émulos de las tramas televisivas habían pasado a un segundo plano, llegan los Casado, Almeida, Ayuso, Egea, Carromero y se montan un 'House of cards' con más navajazos y cuchilladas que la mismísima 'Juego de tronos'.
Hace bien Moreno Bonilla en poner tierra de por medio y decir que no le interesa ningún ruido ajeno a su tierra, que solo trabaja por mejorar la vida de los andaluces. Pero nadie del PP puede ser ajeno a este follón, que menudas componendas se traen entre manos. En Granada lo sabemos bien: aquel sainete del 2+2 que terminó con Cuenca en la alcaldía y un Luis Salvador renacido como más espadista que el mismísimo Espadas estaba en la órbita de los tejedores de telas de araña de Génova y alrededores.
Estas cosas, por una parte, divierten. Para los amantes del género negro, tramas tan barriobajeras y sangrientas nos recuerdan que la realidad supera hasta a la ficción más elaborada y fantasiosa. Pero la risa se pasa pronto. En cuanto piensas en la desafección, el hastío y el hartazgo que provocan estos episodios y en cómo lo tiene que estar disfrutando la ultraderecha, dan ganas de llorar.
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