A la ejemplaridad le estorban las palabras, pues habla por los hechos. Si se rasgaran los velos de nuestra intimidad, ¿qué ocurriría? Posiblemente nada, de conformidad con una hipocresía manipuladora que altera cuando le conviene lo grávido en ingrávido, y viceversa, ayudada del amañado fiel ... de la balanza. Tolera gustosamente el engaño. Por esta razón no es fácil la regeneración y sí los yugos forzosos para conseguir los denigrantes amaños.
Todos somos exiliados, voluntarios o involuntarios. Huimos de nosotros mismos. ¡Cuántos exilios y persecuciones han sido meras puestas en escena, provocadas por manías persecutorias surgidas de un progreso construido en terrenos de euforia y optimismo de máxima seguridad, que ha acabado convertido en pesimismo ante la incertidumbre más angustiosa. Es el progreso fallido que hoy disfrutamos o sufrimos.
Hemos leído en algunos medios de comunicación que «los líderes actuales no están a la altura que esperamos». ¿Nosotros sí? Esto es: ¿somos ciudadanos ejemplares? ¿Nuestra libertad está redimida de ataduras de consignas o sumisiones achacadas a quienes nos gobiernan, como si fuésemos marionetas? Dicha libertad, conquista esencial de la especie humana, cuando se baña en el agua de la pusilanimidad muda en caricatura de sí misma. No obstante, en honor a la verdad, hemos de aceptar que no todos nacemos con un generoso aprobado. Lo que para unos es el inicio de una ilusionante carrera, para otros es el objetivo final: lograr el difícil 'suficiente'. Mantener izada la bandera de la libertad, en su sentido más legítimo, exige un singular contrapoder con viables alternativas a modo de dique contra abusos, opresiones y totalitarismos de diversos grados, comprendidos los 'democráticos', tal como expresa el filósofo Javier Gomá: «He llegado a la conclusión de que el mayor contrapoder es una ciudadanía ilustrada, poseedora de una visión culta y un corazón educado, una mayoría selecta compuesta por ciudadanos que han sabido transformar su vulgaridad natural en ejemplaridad». El vértice de la pirámide integrado por los líderes es lo primero que se erosiona y hay que rehabilitarlo; sin duda alguna, lo importante es que la estructura de la pirámide sea sólida. Esta pirámide es la llamada democracia cimentada sobre la ejemplaridad pública, de la que forma parte la ejemplaridad privada. Son «inquietantes y perturbadoras» las informaciones concernientes a la ejemplaridad de nuestra democracia, tozuda ante el «progreso fallido» y la «degradación ética de la clase gubernativa», por lo cual Javier Gomá dice que «sólo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso, generador de costumbres cívicas, es capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano».
Las 'alturas' no sólo regalan espléndidos paisajes, potencian la admiración, el reconocimiento y la fama; además exigen lo que con claridad meridiana manifestó en 2012 el Círculo Cívico de Opinión: «Los protagonistas visibles de la vida pública tienen un deber de ejemplaridad, coherente con los valores que dan sentido a las sociedades democráticas. La corrupción, la malversación de bienes públicos, el despilfarro, el desinterés por el sufrimiento de quienes padecen las consecuencias de la crisis, la asignación de sueldos, indemnizaciones y retiros desmesurados producen indignación en ocasiones, pero también modelos que se van copiando con resultados desastrosos». Una ejemplaridad merecedora de imitación, que armonice valentía y prudencia, y fortalezca lealtades. Si «el acoso no tiene cabida en esta sociedad», tampoco la mentira, tan dañina.
El dinero ha fluido como ríos por terrenos privados y han sido cuadradas contabilidades «a martillazos» según un auditor de prestigio al referirse principalmente a los finales de los ochenta e inicios de los noventa. El poder que tiende a la autocracia es un peligro para la democracia. Por eso los cargos públicos, además de renuncias y sacrificios −aunque sea el gesto aparentemente solidario de privarse de vacaciones que millones de españoles no pueden disfrutar, mientras miles de ancianos sufren la soledad de los de su sangre, la carencia de intimidad y la ausencia de un jardín donde la mirada se pierda en el infinito− requieren controles transparentes, sin amparos en excusas de simulados secretos. Y es proclive a transformar el mundo en un inmenso coto de caza, en una sociedad de 'cazadores', y además furtivos, para alimentar hambres de depredación. Si bien todos podemos ser cazados. ¡Cuidado con la exposición de las piezas cobradas! Dicho de otra manera: «Quien a hierro mata a hierro muere». Los ciudadanos ejemplares −solventes, no disolventes− conocen una regla de oro de la aritmética: que a veces la resta, suma; y sin decirlo practican el consejo de Mark Twain: «Vivamos de tal manera que cuando muramos, incluso los de la funeraria lo lamenten».
Es momento de fe en el otro bosque de España al que nunca rozará la llama, cuyos árboles se abrazan solidarios para ser un gran pulmón. Nunca arderá, siempre estará ahí leal, elaborando oxígeno purificador de cargadas atmósferas sociales. Es el bosque de los justos, de los honrados, de los que dan seguridad y consuelo en los días de tragedia y miedo, cuando tiembla la tierra bajo nuestros pies.
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