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La campaña electoral ha sufrido una grave conmoción por el fallecimiento de Alfredo Pérez Rubalcaba, especialmente entre sus compañeros socialistas. Es incuestionable la relevancia de su trayectoria política en la reciente historia española, marcada por algunos hitos, como ser uno de los artífices del fin ... del terrorismo etarra y también su contribución en un momento sumamente delicado como fue la abdicación del Rey Juan Carlos cuando ocupaba el liderazgo de un PSOE sumido en una grave crisis. Aunque su figura ha sido reconocida y unánimemente elogiada hasta por sus adversarios, muchos le temían por su brillante oratoria y afilada dialéctica. No se escapó de algunas sombras por su papel en las postrimerías del felipismo o como ministro de Interior. Dentro de su partido fue una piedra angular capaz de permanecer en primera línea hasta que fue derrotado por una mayoría absoluta de Rajoy. Pasó a un segundo plano, pero no perdió su pasión por la política ni la gran capacidad de seducción que poseía a la hora de transmitir sus pensamientos, visiones o estrategias.
En los últimos tiempos se caracterizó como uno de los integrantes de la vieja guardia socialista y acabó perdiendo la sintonía con algunos compañeros. Contemplar su capilla ardiente este viernes en el Congreso de los Diputados, su féretro envuelto en la bandera española y a los asistentes que acudieron a despedirle, entre otros muchos los Reyes y Mariano Rajoy, lo dice todo.
Precisamente, el anterior presidente del Gobierno entró en campaña horas antes de que fuera suspendida por todos los partidos, a excepción de Vox, lo que les vuelve a distinguir, ahora, por una grosera falta de educación. Pero mi interés está en que Mariano Rajoy ha vuelto, ha sido rehabilitado, mientras Aznar se ha ido de viaje. El retorno al centro es cuestión de lo mucho o poco que te hayas alejado de él. Las palabras, por muy contundentes que sean, como las del propio Rajoy –«el PP está ahora en el futuro»– sirven para poco. O la escuchada a un exdirigente del partido defenestrado: «El PP es mucho más que Génova», en clara crítica a Pablo Casado. No tengo muy claro si todo el problema se arreglaría cambiando de liderazgo de un día para otro.
El PP se juega mucho, ha sido severamente castigado en clave nacional, tiene que reconstruirse desde la fortaleza si no quiere desaparecer y, especialmente, ejercer como primer partido de la oposición, lugar que intenta arrebatarle Ciudadanos, con un Albert Rivera que ha sabido desdoblarse y diferenciarse a un lado y a otro. A partir de las municipales, esa batalla está por jugar, porque es muy posible que uno y otro (y hasta con Vox) tengan que aprender a convivir entre ellos y en función de los pactos o coaliciones que sean capaces de llegar en muchos ayuntamientos y comunidades autónomas.
Acabo esta líneas con unos datos que merece la pena recordar en honor de Alfredo Pérez Rubalcaba. Él dimitió por haber obtenido el peor resultado en unas generales para el PSOE con 110 escaños. Luego llegó Pedro Sánchez y bajó primero a 90 y luego a 84 (pero resistió) y ahora Pablo Casado, también en la mayor debacle para el PP, se encuentra con solo 66 diputados. No lo tiene fácil. ¿No les parece?
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