El cerebro actualiza las situaciones vividas mediante los recuerdos cuando se desea que vuelvan a hacerse presentes y, en ocasiones, cuando ellas deciden manifestarse. De ambos modos rememoro o cuento –para eso están los amigos– mi etapa vital, si no dorada, sí luminosa cuando menos, ... de mis estudios universitarios al tiempo que trabajaba como maestro de EGB en un colegio privado. Centrar mis evocaciones de algunos profesores que colmaron mis deseos de conocimiento y aspiraciones vitales es el fundamento agradecido de la presente intención, difundida en estas líneas. Me matriculé en el 75/76 en la Facultad de Filosofía y realicé los dos primeros cursos, inolvidables, en el Hospital Real para dar término a Filología Hispánica en la nueva Facultad de Cartuja.
Fue Don Santiago de los Mozos uno de los docentes de mayor significado de todo mi ciclo formativo universitario pese a no tener más amplio conocimiento suyo sino de un curso de los dos que impartió en Granada de Gramática General. Llegó a ser especialmente revelador para un grupo de compañeros profundizar como hito lingüístico relevante y funcional el sentido profundo que nos trasmitió del significado de una gramática generativa en el sentido en que Noam Chomsky utilizó el término: un sistema de reglas formalizado con precisión matemática que genera las oraciones gramaticales de la lengua asignando a cada una sus descripción estructural. Todavía recuerdo bastantes de sus reglas y principios.
Las dos figuras claves que perviven en mi memoria de alumno y en mi orgullo de granadino, quizá no tenga que decirlas, brillan con luz propia en estos contextos pero sí aquí están: Don Emilio Orozco y Don Gregorio Salvador.
Me cupo en suerte, junto a tantos recuerdos que guarda mi memoria, una circunstancia especial que me vinculaba en exclusiva a las clases de Don Emilio y que he contado dichoso hasta la saciedad. Salía yo de mi tarea laboral docente a la misma hora en que Don Emilio iniciaba la suya, a las 17 horas, y obligadamente debía llegar unos minutos tarde. Nuestro profesor no permitía la entrada empezada la clase y hube de detallarle la razón por la que necesitaba de su consentimiento para acceder a ella unos minutos tarde. Así siempre que solicitaba la entrada, con la puerta entreabierta, me la concedía con plena complacencia al tiempo que pronunciaba mi nombre junto a elegante venia gestual. Tanto me complació este gesto que no he dudado en contarlo, como he dicho, hasta la saciedad..
La fascinante e inconmensurable figura de Don Emilio Orozco quedó impresa en mi memoria con el recuerdo imperecedero de su sabiduría literaria y artística, su pasión por los textos, su emoción al leerlos, su placer al explicarlos con aguda y fina percepción, y su vigor y autoexigencia siempre. Garcilaso, Machado, Góngora o San Juan de la Cruz no podemos ya olvidar como nuestros mayores autores.
Otra figura docente e investigadora del mayor impacto en mi promoción fue el profesor de dialectología hispánica, Don Gregorio Salvador, que falleció en diciembre del año pasado a los 93 años de edad y que ha sido celebrado por tantas plumas sobresalientes. Nos introdujo en la valoración del ilimitado legado que significa nuestra lengua, tan vilmente denostada ahora, y me lamento igualmente con el maestro, en el texto del compañero José Lupiáñez 'De buenas letras' del 18 de febrero de este diario, «de los estragos de las sucesivas reformas educativas o de las tropelías o los excesos de eso que llaman el lenguaje inclusivo».
Filólogo, dialectólogo, lexicógrafo, crítico literario y escritor cultivó y transmitió con la mayor intensidad los más amplios saberes lingüísticos a sus alumnos. Académico de número de la RAE y su vicedirector, nos acercó con la más viva intensidad hacia los territorios de la lengua que tanto amaba y contagiaba.
El profesor de latín, por otra parte, Don Santos Protomártir, que bromeaba con las esencias celestiales de su nombre, fue otro maestro que dejó en nuestra memoria estudiantil huella imperecedera. He de mencionar junto a una didáctica especialmente asequible que facilitaba el aprendizaje y la motivación, dos anécdotas personales que hicieron imborrable el recuerdo de esta clase y de su original y peculiar profesor: en los exámenes a punto de iniciarse, pronunciaba mi nombre, me invitaba a abandonar la sala y la mejor calificación era luego la otorgada. La otra, festiva; en mi despedida de soltero con los compañeros, Don Santos se unió al grupo con la mayor naturalidad.
Una manera especial para poder elegir profesor a Don Antonio Gallego Morell, de quien tanto deseaba ser su alumno como figura mítica y relacionada con historias excelsas e informaciones excelentes, al igual que magnas y casi únicas, fue la de matricularme en un curso de doctorado sobre Ganivet que él impartía.
Vuelvo con Lupiáñez a nuestro eminente lingüista de Cúllar-Baza, ahora Cúllar, «un pueblo sin apellido» como protestaba porque fue para mí uno de esos grandes referentes que no se olvidan y que marcan a sus discípulos por su buen hacer y su sabiduría siempre más allá de los límites de la materia que imparten oficialmente. A fin de cuentas, como él decía, «uno es en buena parte, lo que sus maestros le han ayudado a ser».
Mi humilde, personal y elemental homenaje a mis profesores quiere quedar expreso con este sencillo pero intenso recuerdo a los que tanto admiramos y ayudaron a nuestro desarrollo.
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