Empoderar

Por ejemplo, cuando, según el Evangelio de San Mateo, Jesús entró en el templo de Jerusalén «...y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: «Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!». Pero «también en el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó» (Mt. 21, 12-14).

Indiscutiblemente, proceséis la fe que proceséis (o las hayáis perdido), estimo que veréis conmigo en este acontecimiento una doble respuesta: poner las cosas en orden y ayudar a los más desfavorecidos –arrepentidos–; es decir, algo eficaz y provechoso. Pues bien, el caso es que no paro de comparar estos lances con las situaciones que se están dando últimamente en algunos de nuestros ayuntamientos, autonomías y hasta en los poderes legislativos, ejecutivos y judiciales.

Y es que me parece que más que 'ocuparse' de lo innegable y válido a algunos de nuestros responsables político-sociales les está pasando lo que a los sumos sacerdotes y a los escribas del 'pueblo elegido': «Al ver los milagros que había hecho y a los niños que gritaban '¡Hosanna al Hijo de David', se indignaron» (Mt. 21, 15).

Lo que vino después, «el sacrificio sin justicia alguna» (desde el punto de vista católico), reconozco que no está en mi acerbo interpretarlo en toda su extensión; pero lo que sí me gustaría dejar bien claro en esta reflexión es que es lícito retractarse (con lo que ello conlleva), pero, por contra, no lo es adecuarse a las circunstancias para «mantenerse en el candelero» ni investir de poder a los que nos están timando –embaucando–.